De La Religión Personal
Una vez la gracia es vista ocupando el lugar central, y especialmente cuando la gracia, como en el caso de Lutero, permanece directamente en la más estricta relación con la Palabra, el creyente es necesariamente conducido personalmente hacia el corazón mismo de lo más esencial en el Cristianismo. La gracia en sí misma, y más aun, en su cercano vínculo con la Palabra, es un regalo ofrecido al individuo, no a una cosa, ni siquiera a un grupo de personas colectivamente, en la misma manera en la que hablamos con una persona en particular a quien le son dirigidas las palabras éstas toman su forma de acuerdo a las necesidades de aquella. Pensar en la salvación como un asunto de prácticas uniformes, ritos comunes, creencias aceptadas en masse dejaría al individuo, si no fuera del asunto del todo, al menos no envuelto por la religión directamente como un individuo. Del otro lado, concebir la salvación como gracia, una gracia recibida a través de la Palabra por la fe, implica, no solo una decisión personal de parte de cada uno, sino, al causar esta decisión, una atención previa hacia el individuo, un interés divino, por decirlo así, que lo considera a él y en cierta manera lo distingue de todos los demás.
Una vez esto es señalado, se reconocerá que, como lo mantenemos, tal "individualismo" en su raíz, no tiene nada en común con la entumecida y negativa apreciación que muchas veces se tiene del término. Esto implica, por el contrario, una percepción real y fundamental de algo sobre y por encima de él, una actitud positiva basada en una vívida apreciación de esta relación.
Este individualismo, no meramente consistente con la trascendencia divina, sino basado en ella, ya está presente en Lutero, una realidad que se hace marcadamente clara en sus tratados Sobre la Libertad Cristiana y Sobre la Cautividad Babilónica si le prestamos un poco de atención.
La sola intención fundamental del De captivitate Babylonica es separar el alma del individuo, en su viva relación con Dios, de todas las complejidades de un organismo eclesiástico que la sofocaría una vez los medios de la gracia fueran mal-dirigidos o convertidos en un fin en sí mismos. Similarmente el De libertate Christiana persigue liberar al Cristiano de todas las prácticas de una ética legalista o un sistema ascético que, por una especie de osificación, ha pasado a ser de un apoyo a un impedimento. En ambas obras la principal preocupación es restablecer contacto entra el alma y Cristo ignorando los intermediarios que se han convertido en pantallas. No cabe la menor duda que el intento va demasiado lejos o que por el contrario frecuentemente se desvía de su objetivo. Para asegurar la libertad contra una iglesia externalizada, pretende disolver la iglesia entera; al rechazar la carga de un sistema ético y ascético fosilizado, corre el gran riesgo de privar a la vida Cristiana de su armazón. Pero una lectura cuidadosa de estas obras revela su verdadero objetivo.
Lo realmente sorprendente es que el motivo primario de Lutero era su deseo, no de poner al individuo como un rey en medio del desierto, sino de llamarlo efectivamente hacia una directa dependencia de Cristo, lo que debería ser la verdadera base de su vida. Por lo que la fe está opuesta a una religión puramente colectiva y a una religión reducida a lo externo; ésta [fe] implica una religión cuyo entero principio es la apertura del corazón del hombre al corazón de Dios, la gratitud del hombre por lo que el corazón de Dios siente por él. Sólo esto puedo hacernos entender como el Lutero que escribió estos tratados fue movido a hacerlo por el mismo impulso que luego lo llevaría a escribir el increíble comentario al segundo artículo del Credo : "Creo que Jesucristo es no solamente verdadero Dios, nacido del Padre desde toda la eternidad, sino verdadero hombre, nacido de la Virgen María; que él es mi Señor, y me ha redimido y librado de todos mis pecados, de la muerte y de la esclavitud al diablo cuando estaba yo perdido y condenado. Él verdaderamente me ha comprado y ganado, no con plata y oro sino con su preciosa sangre, sus sufrimientos y muerte inocente, para que yo sea suyo enteramente, y para que, viviendo bajo su dominio, le sirva en justicia eterna, inocencia y felicidad, quien, levantado de entre los muertos, vive y reina por siempre y para siempre. Esa es mi firme creencia."
Este es el texto al que cualquiera que busca el corazón real del Luteranismo debe volver constantemente. Lo que debe impresionarnos, en la etapa presente, es que el individualismo que éste afirma ciertamente no tiene nada que ver con la emancipación o la autonomía del individuo sino que asevera, por el contrario, su gozosa y amable dependencia. Igualmente cierto, éste implica, en el centro de la fe, el reconocimiento de que Dios toma un interés personal en cada creyente; es esto lo que involucra a cada uno, individualmente, en su fe. La Gracia no es confusa, ni la Palabra anónima. Se nos da la gracia precisamente como individuos, y para cada uno la Palabra tiene un mensaje especial. De ahí la imposibilidad de aceptar cualquiera de las dos excepto a través de una respuesta enteramente personal a su llamado e incitación.
Todo esto puede ser resumido diciendo que para Lutero y sus discípulos nuestra religión es sumamente irreal mientras nosotros mismos no estemos personalmente comprometidos; y por "nosotros mismos" no se entiende nuestro carácter asumido o superficial sino nuestros más profundos rincones de la conciencia. Sin embargo, ellos quieren decir, también, la personalidad, no considerada aisladamente, sino consciente de sí misma en su consciencia de ser amado por Dios y por lo tanto abandonándose a sí misma a ese amor.
El resultado más valioso de la investigación contemporánea sobre Lutero ha sido sin duda la demostración de que aquí descansa el sentido vital en el que él usa la palabra "fe" la mayoría de las veces. Esto explica por qué esos que no pueden comprender este resultado están completamente extraviados en su interpretación de la doctrina Luterana sobre la justificación. Anders Nygren, en particular, ha mostrado claramente que "fe", en el sentido de Lutero, es propiamente la respuesta al amor de Dios. Es decir, ella es la respuesta a ese amor único que es la gran revelación del evangelio: amor que consiste en dar, no en desear; amor que da y se da. Y lo que más exactamente especifica este amor es que él ama no por algún mérito previo de nuestra parte sino a pesar de nuestros deméritos actuales. Así, "fe", al descubrir el amor divino, descubre con ello su propia indignidad. Sin embargo, al así hacerlo, la descubre como vencida por la sola iniciativa divina, y a ésta se abandona a sí misma sin reservas. Una vez más, en este mismo acto, reconoce que este abandono no es su propia obra, sino la obra del amor que busca y ha encontrado. Así el alma encuentra el principio de su nueva vida en un acto que, lejos de ser una afirmación de su propia autonomía, es la más completa renuncia de ella concebible.
Louis Bouyer, SJ.
Traducido por mí sin permisos del autor.
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