jueves, marzo 13, 2008

Peca Fuertemente

"Si eres un predicador de la gracia, no prediques una gracia imaginaria sino la verdadera gracia. Si la gracia es verdadera, debes entonces cargar con un pecado verdadero, no con uno imaginario. Dios no salva a esos que son sólo pecadores imaginarios. Sé un pecador y que tus pecados sean fuertes, pero deja que tu confianza en Cristo sea más fuerte y regocíjate en Cristo quien es el vencedor sobre el pecado, la muerte y el mundo. Cometeremos pecados mientras estemos aquí, porque esta vida no es un lugar donde reside la justicia. Estamos, sin embargo, como dice Pedro (2 Pedro 3, 13), buscando en lo venidero un nuevo cielo y una nueva tierra donde reine la justicia. Es suficiente que a través de la Gloria de Dios hayamos reconocido al Cordero que quita el pecado del mundo. Ningún pecado puede separarnos de él, aun cuando asesináramos y cometiéramos adulterio miles de veces al día. ¿Crees que tan exaltado Cordero pagó meramente un pequeño precio con un escaso sacrificio por nuestros pecados? Ora fuertemente porque eres todo un pecador." (Martin Luther, Letter to Melanchthon, 1521. Traducido por mí al español de la traducción al Inglés del Wartburg de Erika Bullmann Flores sin permiso del traductor)


Confieso que varias veces he dejado este escrito paseándose por mi mente y mi corazón y nunca lo había convertido en realidad. Confieso además que más de una vez he recibido en mi oración personal instrucciones de mi Señor sobre la gracia y al instante vienen a mi mente estas palabras del Dr. Lutero y creo entenderle. Ya hoy decido parirlo.

Cuando leo el llamado de atención al predicador de la gracia no puedo evitar sentirme aludido: predicar una gracia verdadera implica predicar un pecado verdadero. Pero estas palabras también llaman la atención del hombre, del pecador, no son palabras dirigidas a un oficio o a un ministerio son palabras dirigidas a un hombre, y a un hombre que peca... es aquí, confieso también, donde más me siento confrontado por el predicador-pecador Lutero.

La gracia verdadera, la única gracia que podemos conocer mientras estemos aquí, es una gracia que alcanza a gente que tiene la vida rota, gente que está sometida a la esclavitud del pecado y a la tiranía de lo perecedero, de lo débil, de lo que sufre flaqueza, falencia e insuficiencia. No entiendo de qué otra manera puede una persona experimentar ser tocado e invadido por la gracia de Dios sino es comprendiendo su miseria personal y notando la diferencia abismal que hay entre el regalo de Dios y la realidad del que lo recibe.

Cada vez que descubro que he perdido una batalla ante el pecado, cuando he pecado fuertemente, mi primera reacción es salir corriendo de la presencia de Dios, ir a meterme en la peña y esconderle mi rostro. Lo que sigue es un juego que hace mi mente en el que empieza a buscar excusas y atributos en mí, a apelar a mi anterior fidelidad, a mis méritos anteriores para tratar de apalear la conciencia que me reclama mi estado de pecado; descubro que lo que quiero es no llegar como un pecador delante de Dios sino como un justo-arrepentido que tiene una deuda pasada por la que va a pedir perdón, pero que la razón por la que quiero que se me perdone es por mi situación actual de arrepentimiento-justicia. Comprendí esto hace tiempo y creí que estaba en lo correcto, entendía que es así que las cosas funcionan, y que es bajo esa negociación que Dios se relaciona conmigo luego de pecar.

Hay algo detestable y aborrecible en esta manera de pensar y es el creer que el arrepentimiento-petición-de-perdón son cosas que yo aporto como requisitos o condiciones para que Dios me otorgue su perdón. No conozco a nadie que llegue al extremo de pensar que el arrepentimiento sea un precio que compra el perdón, pero ver el arrepentimiento como requisito para el perdón es el denominador común en la conciencia cristiana. Cuando yo leo el consejo de que sea un pecador y de que peque fuertemente estoy leyendo una invitación a entender-vivir el proceso de la reconciliación por la gracia de una manera distinta.

Saberse pecador implica reconocer que Dios no quiere establecer un negocio conmigo en el que yo aporto algo para él devolverme otra cosa. Implica que yo descubro que nunca puedo estar frente a Dios de otra manera, que no tengo nada que dar. Implica reconocer que el único vínculo que me une a Él es Jesús. Implica dejar de recibir el tormento de mi conciencia que quiere encontrar algo en mí mismo digno de volver donde Él, es zafarme de este círculo vicioso en el que quiero auto-justificarme y como no encuentro nada en mí más que mi pecado anterior soy quemado y azotado por la culpabilidad largamente hasta que termino convirtiéndome en mi propio ídolo, llenándome de orgullo, ignorando la dureza, la barbaridad y la trascendencia de lo que he hecho y quiero disminuirlo escondiéndolo debajo de mi (mio, de mi propiedad) rectificación.

Pecar fuertemente implica no excusarse, implica mirar al desnudo lo bajo de mi falta, implica reconocer que al ser mi falta tan grande ni siquiera voy a perder tiempo buscando algo en mí mismo para sopesarlo sino que voy a recurrir con una confianza atrevida al que puede aportar con un Sacrificio tan grande un enorme precio de gloria para pagar mi deuda. Pecar descaradamente no es una invitación a cometer pecados nuevos licenciosamente es una invitación a la responsabilidad, a la humildad, a pasar como por un atajo a apelar rápido y directamente a la misericordia de Jesús. Es renunciar a andar por los derroteros de la soberbia religiosa que quiere auto-limpiarse y por el contrario se tira al precipicio de la fe que en caida libre y a una velocidad vertiginosa nos devuelve a los brazos de aquel a Quien ofendimos.

Obligatoriamente un consejo a pecar fuertemente tiene que terminar en un consejo como "ora fuertemente" (añadido el recordatorio de que "eres todo un pecador") porque ese es su objetivo. El objetivo es que sepa que tengo delante de mí una redención graciosa tan copiosa que siempre debo renunciar a la falsa piedad que no quiere ser perdonada sino premiada.

El cúlmen de este consejo es el "detalle" de que nada puede separarme de Jesús. ¡¡¡Cuánto duele sentirse lejos de Jesús!!! Si cuando peco entiendo que me he alejado de Jesús, que Jesús me ha desgajado de él, pues he sido abandonado a la creencia de que el camino de vuelta debo hacerlo yo, por mi cuenta, pues estoy solo. ¡Esto es desamparador! Es la causa de una miseria atormentadora en mí que no es querida por parte de Dios. Esta idea es la responsable de que yo crea que debo darle a Dios algo a cambio para que me acepte, esta idea es la que me bloquea el acceso a entender que SOLO Jesús puede derretir mi corazón, revelarme mi pecado, revelarme su gracia y misericordia y él mismo abrazarme a mí. Si entiendo que mi pecado me aleja de Él, me separa de Él, pues obligatoriamente tengo que entender que el arrepentimiento-rectificación que tengo es obra mía y no regalo suyo, porque no cuento con Él, porque estoy solo.

El peligro más grave es que si yo entendiese que hay un pecado en particular que me merezca esta separación, o un número de repeticiones de este pecado, ya sea adulterio, asesinato, docenas o miles de veces, estoy en la misma situación. No voy a poder entender el perdón como la obra que Dios hace en mí de enderezar mi conciencia, de regalarme la salida de la tristeza y desolación en la que me sume el pecado sino como la transacción con la que Dios decide olvidarse de lo que hice.

La realidad, la gracia verdadera, es esa que señala a Jesús como la única solución para el pecado, la que no pierde tiempo con los comerciales y le revela al pecador que él no es nada más que eso, que nunca va a dejar de serlo y que siempre, siempre, su SOLA solución es creer-regocijarse en lo que Cristo-Jesús hizo y que yo como pecador nunca podré hacer.

Un predicador de la gracia debe saber que la gracia de Dios por su característica sobrenatural siempre va a sorprender siempre se escapará de ser apresada por nuestra religiosidad; debe saber que la predicación de la gracia siempre andará coqueteando con la herejía y andará al borde de la ortodoxia, siempre al borde, al extremo, porque ella es eso: Gracia; y mientras siempre se encuentre con la mente de un pecador que no quiere reconocer lo fuerte de su pecado siempre correrá el peligro de ser calumniada, violentada y arrastrada por encima de la frontera de la sana-doctrina que ha dibujado la religiosidad para ser condenada allí por subversiva... pero ella será siempre eso: predicación de la gracia.

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