lunes, febrero 07, 2011

El Síndrome de Elías

Todo empezó en un almuerzo tardío con los amigos, luego compartimos la merienda y, como de costumbre, repasamos los tópicos de interés común, empezando por la evangelización, sus desafíos y herramientas nuevas, apariciones marianas, capillas cerradas, secularización, obediencia al Papa, teología académica, libros, teólogos interesantes y un largo etcétera hasta que nos sorprendió la noche y de ahí salíamos a cenar para celebrar una ocasión especial.

De pronto me quedé como estático, frizado. Me dejaba perplejo que por más dispares que fueran los puntos de vistas discutidos todos sus defensores creían estar del lado del Magisterio, del Papa, de la Tradición y la Revelación y son los que opinan distinto a ellos los que han pecado de traición. Hay un número pequeño entre mis amigos, los que abiertamente prefieren romper con cualquier línea que no esté de acuerdo con su manera de pensar, esos no respetan nada más que a "Dios". Elías"Este grupo cree que ellos han podido descubrir la intención de Dios en contra de lo que dice el Magisterio, en contra de lo que dice el Papa y en contra de la Biblia misma y han optado por "Dios". Todos, este pequeño grupo y los otros que juran lealtad a la Tradición Magisterial Revelada, son buscadores leales de la Verdad; todos, sin excepción, viven moralmente sanos, se desviven en ayudar y socorrer a todo necesitado, tienen un celo ferviente por la salvación de las almas; son disciplinados y promotores de una vida de oración; y, sin el más mínimo lugar a duda, todos, confiesan a Jesús como Señor de sus vidas. Si un denominador común tenemos como amigos es un obsesivo impulso por ser lo más Cristocéntricos que podemos.

Pero por primera vez en mi vida me detuve a observar aquél fenómeno: ¿Cómo Dios, Jesús, puede suscitar puntos de vista tan dispares? Pensaba... los amo a todos, pero observaba... y de pronto me golpeó, con certeza y vehemencia: "¡Sufrimos del Síndrome de Elías!"

Cuando El Profeta subió al Carmelo, subió asustado y huyendo de Jezabel. Pero viviendo atrincherado creía que él era el único que permanecía fiel a la voluntad del Señor. Dios tuvo que hacerle entrar en razón enfrentándolo a la realidad de que Él se había reservado un resto que seguía permaneciendo fiel a Su Alianza y exigiéndole que su labor era salir de aquella cueva y bajar a seguir haciendo su trabajo entre Su pueblo, entre fieles y rebeldes. Lo más relevante es que Dios ya había pensado en un sustituto para Él, alguien tan presto y con más hambre espritual que él para dejarse usar por el Dios de la Alianza.

Definitivamente estas disparidades que veo en mis amigos no es cosa de Dios, no puede ser. La única fuente para estas contiendas y diferencias es la carne. Sólo nuestra carnalidad temerosa puede crear estos atrincheramientos en la "cueva de la verdad" que cada uno habita.

Quizá por mi contextura interna o por gracia de Dios soy alérgico a los conflictos. Paso de la apologética y siempre prefiero el silencio a la confrontación. Mis amigos lo saben. Pero lo más irónico es que para ubicarme en medio de sus rivalidades me han enterado que los que somos como yo también formamos un grupo. Nos tienen etiquetados y, sin haberme afiliado yo a ningún partido, me han dejado saber a qué sección de la Iglesia pertenezco. Me reía, pero ellos se lo toman en serio. Luego me comentaban todas las cosas de las que las personas "como yo" somos responsables. Uno, perteneciente a uno de los partidos Fieles a la Tradición Magisterial Revelada, me decía que mi trabajo pastoral-evangelizador se vuelve un arma en contra de la Iglesia porque dejo a las personas evangelizadas como presas fáciles del Protestantismo porque los saco del "mundo" pero no los llevo a formar parte de su partido. Aquello iba en serio.

Como era de esperarse, no se ponían de acuerdo respecto a qué partido pertenecía yo y de cuáles daños se me podía responsabilizar. Mi silencio no ayudaba. Mi risa mucho menos. No me aceptaban como los que tienen sólo a "Dios" como bandera, yo soy, dicen, un pertinaz papista. Pero tampoco quepo entre los Fieles a la Revelación Magisterial, mi tomismo tradicional es anquilosadamente dañino y separatista, decían unos; ninguna persona de su sección puede contar, como yo, a Barth o a los Sch's (Scheeben, Schillebeeckx, Schmaus) entre sus "amigos", decían otros, y mi ecumenismo no es el ecumenismo de La Iglesia, decían todos éstos. Me rajaba de la risa, pero tenía que conformarme con representar una fuerza entre mis amigos. Tenía que formar parte de sus contiendas. Tengo que definirme, me dicen.

Pues como "El Necio" de Silvio. Paso. Me niego.

Por gracia de Dios nosotros podemos trabajar juntos, oramos juntos, evangelizamos juntos, enseñamos juntos, nos abrimos juntos a la revelación personal, al Rhema de Hoy. Nos amamos. La desgracia la veo fuera, por todos lados. La veo en los que, idiotamente, nos ven como un grupo homogéneo, evidentemente para condenarnos. No quiero saber a nada más que a Cristo Crucificado. E independientemente de lo que digan que represento, por ahí veo la solución.

En toda época de la Iglesia hemos tenido disputas internas en las escuelas sobre qué está más acorde con la Revelación. Esto no cambiará, seguiremos batallando en la carne. Pero atisbo una amenaza grande. Creo que sin Amor esta fuerza centrífuga terminará arrancando pedazos del Cuerpo de Cristo y disparándolos hacia fuera.

Hoy necesitamos que Jesús nos sane del síndrome de Elías. Necesitamos reconocer que Dios sigue levantando pueblo-fiel en medio de nuestra insuficiencia para conciliar opiniones distintas. Voluntariamente me excluyo del medio académico una y otra vez, pero vuelvo, bajo, salgo de mi cueva carismática-espiritual y vuelvo a la Academia. Allí hay pueblo de Dios. Entre los académicos que prefieren y aman a los que yo rechazo descubro pueblo de Dios.

Con mis amigos me he dado cuenta de lo difícil que es reconocer la verdad cuando cada quien intenta excluir al otro de sus dominios. Yo, al igual que ellos, creo tenerla de mi parte. Pero sólo una porción, sólo desde un ángulo. Cuando presentamos a Jesús nuestras diferencias se esfuman. Cuando buscamos la salud de cada alma, somos uno solo. Cuando le damos rienda suelta a la carne buscamos falta, cuando nos amamos, no lo hacemos.

No es nada fácil, entre un grupo tan heterogéneo, definir qué es Revelación, Tradición y Magisterio. Pero todos coincidimos en que lo que Dios dijo, lo que sigue diciendo, eso debemos hacer. La realidad gravísima es que nuestra carne nos hará querer meter nuestra visión de las cosas, como Elías, en la cueva con nosotros, los demás, infieles, los dejamos (y señalamos) fuera. Ahí está el problema, ahí, en la carne, no en las fuentes que atesoramos, que son las mismas, el problema es uno personal, interno: somos unos carnales.

La fuente de salud para la Iglesia sigue siendo la cruz de Cristo, llevar nuestra carnalidad allí y pedir su crucifixión.

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