San Anselmo: Presciencia, Predestinación, Gracia y Libre Albedrío
Llevo unas semanas con el Santo de Canterbury viniendo a mi mente constantemente; entre correos, blogs, artículos y amigos tocando temas alusivos a tópicos importantes para él me animo a repasar su obra: "De Concordia Praescientiae, et Predestinationis, et Gratia Dei cum Liberto Arbitrio" (De La Concordia de la Presciencia, la Predestinación y la Gracia de Dios con el Libre Albedrío)1.
San Anselmo pretende mostrar que la existencia de la Presciencia divina, la Predestinación y la Gracia son perfectamente compatibles con la existencia del libre albedrío. Se trata de cada uno de los tres primeros puntos provenientes de Dios por separado y su congruencia con el libre albedrío, aunque en cada uno se hace referencia a los demás, se ahonda, profundiza y superan los enunciados primeros.
Ya en algún que otro post (aquí y acá) he tratado el asunto de cómo nuestra doctrina sobre estos temas se venía desarrollando entre acaloradas discusiones, objeciones e imprecisiones mucho antes de la aparición del Protestantismo. Para antes del año 1110 (cuando ya Anselmo había escrito esta obra) ni siquiera los tatarabuelos de los Reformadores, los Albigenses, habían sido condenados abiertamente por la Iglesia. Ni John Hus, ni John Wycliffe pensaban nacer y ya Anselmo hablaba de cómo habían no pocos cristianos que optaban por creer sólo en uno de los elementos divinos mencionados rechazando la existencia del libre albedrío a la hora de buscar conciliaciones.
Anselmo, como buen católico, no pone nunca en duda la existencia ni de la Presciencia divina, ni de la Predestinación, ni de la Gracia y tampoco del libre albedrío. No dirige sus esfuerzos a probar la existencia de ninguno de ellos. Para él su existencia es doctrina revelada, de fe, e incuestionable. Su obra es, como él atestigua, un intento por ayudar al que quiere dejar fuera uno de estos elementos porque no tiene cómo concilar la existencia entre ellos. Y como él ha sido ayudado por Dios para recibir inteligencia y sabiduría en estos asuntos, las comparte.
Lo que se me hace más interesante en esta obra es que ella fue parida fuera de la tierra de las contiendas. Aquí no hay concilio, ni anatemas, ni herejes. No hay repliegues hacia defender alguna postura pre-establecida, ni miedo a hacer partido con algún bando de rebeldes. Aquí lo que hay es un hombre recibiendo ayuda y revelación de Dios para mostrar lo que es Revelación.
La razón de ser de una obra así radica en la importancia que Anselmo le da a la libertad de elección que el hombre tiene. Para él después que el hombre alcanza la edad en la que puede hacer uso de esta libertad de elección no hay posibilidad de que se salve sin el uso de su voluntad. Más aún, después de alcanzada esta edad el hombre no se puede salvar sin ser justo. Dadas estas dos máximas: que sin una voluntad que toma elecciones libres y sin justicia no puede haber salvación, toda la obra girará en torno a qué papel juega la voluntad en la consecusión de la justicia y la salvación, dado que no se puede negar que exista, Presciencia, Predestinación y Gracia de Dios.
Justicia es para Anselmo la rectitud de la voluntad mantenida por su propio beneficio. Libertad, en el mismo sentido, es la habilidad de mantener esa rectitud de voluntad por su propio beneficio. Lo de "por su propio beneficio" va en el sentido de que no hay un ulterior motivo para querer mantenerla que el hecho de mantenerla. No se persigue otro fin al tenerla o quererla. Por eso no se justifica abandonarla por nada. Ella debe ser querida por lo que ella es, no por lo que proporcione o deje de proporcionar.
A esta doble definición hay que volver una y otra vez si queremos entender la intención y la demostración del Santo de Aosta.
Para Anselmo libertad no es una indiferencia existente en el hombre para elegir entre el mal o el bien. Libertad, es lo que produce la rectitud de voluntad en el hombre que le hace optar por lo que es recto, no por lo que es beneficioso con un fil ulterior.
Aquí el Santo hila fino. Y para no perderse es mejor seguirle con calma y en círculos concéntricos que van creciendo en diámetro: volviendo a lo mismo, pero ensanchándolo.
En vez de definir libertad como indiferencia para hacer una cosa o la otra, Anselmo habla de dos voluntades en el hombre. Una que desea lo beneficioso y otra que desea lo recto (justo). La que desea lo beneficioso siempre está en el hombre, pero la que desea lo recto sólo procede de la rectitud de voluntad que existe en el hombre. Esa rectitud de voluntad no es natural. Es un regalo que Dios le dio al hombre al crearlo, pero este regalo es separable de la naturaleza humana. Dios se lo dio para que el hombre lo mantenga con una decisión libre de su voluntad, para que quiera mantenerlo. Cuando el hombre optó por algo no-recto (injusto) perdió ese regalo y se quedó a merced de una sola voluntad: la que quiere lo beneficioso para él.
El hombre podía mantener siempre la rectitud de voluntad porque de la misma rectitud de voluntad, que es regalo, procedía la fuerza en él para poder optar por lo recto, por su propio beneficio. Al optar por lo in-justo el hombre pierde la rectitud de voluntad que le capacita a optar por lo recto.
El hombre sin rectitud de voluntad es aquel hombre que ha perdido el regalo de Dios.
El hombre sin rectitud de voluntad queda a merced de todos los deseos que surgen de su naturaleza, queda preso del engaño, de la oscuridad del no saber y nacen en su alma toda clase de apetitos desordenados como crece la mala-hierba en el campo sin cultivar o trabajar. Quedándose así inclinado irremediablemente a optar por lo in-justo.
No nacía Jansenio, ni Calvino, pero ya este Santo encontraba revelación para corregirles antes de nacer. No era Anselmo un pesimista, ni un abogado de la total depravación de los caídos. Anselmo vuelve una y otra vez a la máxima de que la vida eterna, la salvación, se le ha ofrecido al hombre justo. No al que obra alguna justicia, sino al que tiene rectitud de voluntad y la mantiene por su propio beneficio. Es incompatible con la promesa del Cielo una justicia a medias. O se tiene rectitud de voluntad plena o no se tiene.
Insiste el Santo, curándose en salud de una posible bala del fuego cruzado entre infralapsario o supralapsarios calvinistas o luteranos, diciendo que la concupiscencia que queda en los bautizados no es concretamente pecado, sino sólo los actos de injusticia que ellos comentan. Pero no deja de insistir tampoco el Santo, y aquí pienso yo deberíamos seguirle más de cerca, que una vez se ha perdido la rectitud de voluntad por un pecado de hecho, el hombre queda sometido a un remolino que lo va hundiendo al abismo de pecado en pecado hasta que la gracia lo salve.
Habiendo hecho el recorrido así, distinto al que siguió Anselmo, ahora podemos eliminar las tres dificultades con gran facilidad y brevedad.
Si Dios creó al hombre con libre albedrío, dándole el regalo de la rectitud de voluntad, no sólo para que la mantenga con libertad sino para que lo disfrute a Él y sea dirigida su voluntad-beneficiosa por la voluntad-recta, pues es claro que Dios pre-conoció esto antes de crearlo. Entonces no hay necesidad en los actos que hace el hombre por el hecho de que Dios los haya pre-conocido, y es así porque Él los pre-conoció como actos libres y los trae a existencia así, como actos libres de la voluntad-recta que es libre y se mantiene en libertad.
En el orden del la Predestinación dirá el Santo que sólo los actos que son predestinados por Dios pueden ser meritorios o justificatorios. Es decir que sólo lo que Dios ha determinado que ocurrirá como obra buena es lo que puede traerle justicia al hombre, por lo tanto salvación. Evidentemente la primera objeción que salta a la luz es que si Dios ha pre-determinado (que es lo que significa Predestinación para él) que algo ocurrirá entonces la acción con la que eso se hace no es libre. Siendo la segunda objeción que si Dios todo lo pre-determina entonces Él es el responsable de las obras malas y condena al hombre injustamente por ellas, rompiendo así el orden de la justicia.
El de Aosta despacha ambas objeciones de la siguiente manera. La primera cae por su propio peso con argumento similar al de la Presciencia: Dios pre-determina que los actos buenos del hombre serán hechos libremente. Está la máxima de que si el hombre no opta libremente por la justicia entonces no es justo. Pero si Dios salva a los justos y él predestina su adquisición de justicia, entonces Dios debe pre-determinar que obtengan la justicia haciendo libre uso de su voluntad.
La respuesta a la segunda es elegante y particular. Dios predestina tanto las obras buenas de los justos como las malas de los injustos. En ambas Él es causante de ellas esencialmente. Pero como una obra injusta es ausencia de ser, no es nada que Dios pueda haber causado. Dice Anselmo que se puede decir que Dios ha predestinado a los injustos en el sentido de que no les ha salvado de su maldad y los dejó al correr de su propia elección de abandonar la justicia. Por tanto Dios no causa sus obras malas en el hecho de que son malas sino por el simple hecho de que son obras, Dios les ha dado su ser, al haberle dado el instrumento y posibilitado la inclinación del hombre hacia ellas. Como Dios creó al hombre con el fin de que mantenga libremente su rectitud de voluntad y le capacitó para que mantenga esta rectitud de voluntad, otorgándosela Él mismo, pues no se puede acusar a Dios de haber creado hombres para que renieguen de la justicia. Es el hombre sólo el responsable de su condenación. Dios sólo es causante, predestinante, de ese abandono del hombre en el sentido de que Dios le dio la voluntad con la que el hombre opta por la injusticia, pero la elección de la injusticia jamás se puede pensar sea causada por Dios en cuanto se opta por algo no creado por Dios, algo que de por sí no es creación. Esto en el mismo sentido que la concupiscencia no es mala en sí misma por el hecho de que hay una voluntad que desea algo sino por el deseo de ese algo que no es creado ni querido por Dios y viene de la ausencia de justicia en el hombre. Bye bye doble-predestinación.
Llegados aquí, a los últimos círculos, Anselmo ha repetido varias veces que Dios le ha otorgado graciosamente una rectitud de voluntad al hombre que él, por su sola culpa, ha perdido. Insiste Anselmo en que esta rectitud no se la puede otorgar ninguna otra criatura y se subraya la imposiblidad que tiene el hombre de alcanzar esta rectitud porque para tener rectitud de voluntad hay que querer lo recto, y como ya se ha probado que sólo se puede querer lo recto por su propio beneficio si se cuenta con la rectitud de voluntad que así lo posibilita, es evidente la imposibilidad que tiene el hombre de alcanzar el estado de justicia a menos que la gracia se lo conceda.
Aquí se podría alegrar alguno con resabios a semi-pelagiano al pensar que cuando se tiene rectitud de voluntad la voluntad se mueve por sí sola, pero a pesar de que en la época que Anselmo vivía se creía que ninguno conocía los cánones de Orange II, el Santo insiste en que así como nadie recibe la rectitud en la voluntad sino mediante la gracia que le precede así mismo tampoco nadie la puede mantener a menos que no sea con la gracia que le sigue.
De esta manera concluye Anselmo de la siguiente manera: "Como todo está sujeto a la ordenación de Dios, todo lo que pasa a un hombre que asiste a su libre albedrío para recibir o mantener la rectitud de la que estoy hablando deber serle imputado a la gracia de Dios."
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Notas.
1. Traduzco de la a su vez traducción al Inglés "The Harmony of The ForeKnowledge, The Predestination, and The Grace of God with Free Choice" de Jasper Hopkins y Herbert Richardson, sin permisos explícitos.