lunes, marzo 14, 2011

San Anselmo: Presciencia, Predestinación, Gracia y Libre Albedrío

Llevo unas semanas con el Santo de Canterbury viniendo a mi mente constantemente; entre correos, blogs, artículos y amigos tocando temas alusivos a tópicos importantes para él me animo a repasar su obra: "De Concordia Praescientiae, et Predestinationis, et Gratia Dei cum Liberto Arbitrio" (De La Concordia de la Presciencia, la Predestinación y la Gracia de Dios con el Libre Albedrío)1.

San Anselmo de AostaSan Anselmo pretende mostrar que la existencia de la Presciencia divina, la Predestinación y la Gracia son perfectamente compatibles con la existencia del libre albedrío. Se trata de cada uno de los tres primeros puntos provenientes de Dios por separado y su congruencia con el libre albedrío, aunque en cada uno se hace referencia a los demás, se ahonda, profundiza y superan los enunciados primeros.

Ya en algún que otro post (aquí y acá) he tratado el asunto de cómo nuestra doctrina sobre estos temas se venía desarrollando entre acaloradas discusiones, objeciones e imprecisiones mucho antes de la aparición del Protestantismo. Para antes del año 1110 (cuando ya Anselmo había escrito esta obra) ni siquiera los tatarabuelos de los Reformadores, los Albigenses, habían sido condenados abiertamente por la Iglesia. Ni John Hus, ni John Wycliffe pensaban nacer y ya Anselmo hablaba de cómo habían no pocos cristianos que optaban por creer sólo en uno de los elementos divinos mencionados rechazando la existencia del libre albedrío a la hora de buscar conciliaciones.

Anselmo, como buen católico, no pone nunca en duda la existencia ni de la Presciencia divina, ni de la Predestinación, ni de la Gracia y tampoco del libre albedrío. No dirige sus esfuerzos a probar la existencia de ninguno de ellos. Para él su existencia es doctrina revelada, de fe, e incuestionable. Su obra es, como él atestigua, un intento por ayudar al que quiere dejar fuera uno de estos elementos porque no tiene cómo concilar la existencia entre ellos. Y como él ha sido ayudado por Dios para recibir inteligencia y sabiduría en estos asuntos, las comparte.

Lo que se me hace más interesante en esta obra es que ella fue parida fuera de la tierra de las contiendas. Aquí no hay concilio, ni anatemas, ni herejes. No hay repliegues hacia defender alguna postura pre-establecida, ni miedo a hacer partido con algún bando de rebeldes. Aquí lo que hay es un hombre recibiendo ayuda y revelación de Dios para mostrar lo que es Revelación.

La razón de ser de una obra así radica en la importancia que Anselmo le da a la libertad de elección que el hombre tiene. Para él después que el hombre alcanza la edad en la que puede hacer uso de esta libertad de elección no hay posibilidad de que se salve sin el uso de su voluntad. Más aún, después de alcanzada esta edad el hombre no se puede salvar sin ser justo. Dadas estas dos máximas: que sin una voluntad que toma elecciones libres y sin justicia no puede haber salvación, toda la obra girará en torno a qué papel juega la voluntad en la consecusión de la justicia y la salvación, dado que no se puede negar que exista, Presciencia, Predestinación y Gracia de Dios.

Justicia es para Anselmo la rectitud de la voluntad mantenida por su propio beneficio. Libertad, en el mismo sentido, es la habilidad de mantener esa rectitud de voluntad por su propio beneficio. Lo de "por su propio beneficio" va en el sentido de que no hay un ulterior motivo para querer mantenerla que el hecho de mantenerla. No se persigue otro fin al tenerla o quererla. Por eso no se justifica abandonarla por nada. Ella debe ser querida por lo que ella es, no por lo que proporcione o deje de proporcionar.

A esta doble definición hay que volver una y otra vez si queremos entender la intención y la demostración del Santo de Aosta.

Para Anselmo libertad no es una indiferencia existente en el hombre para elegir entre el mal o el bien. Libertad, es lo que produce la rectitud de voluntad en el hombre que le hace optar por lo que es recto, no por lo que es beneficioso con un fil ulterior.

Aquí el Santo hila fino. Y para no perderse es mejor seguirle con calma y en círculos concéntricos que van creciendo en diámetro: volviendo a lo mismo, pero ensanchándolo.

En vez de definir libertad como indiferencia para hacer una cosa o la otra, Anselmo habla de dos voluntades en el hombre. Una que desea lo beneficioso y otra que desea lo recto (justo). La que desea lo beneficioso siempre está en el hombre, pero la que desea lo recto sólo procede de la rectitud de voluntad que existe en el hombre. Esa rectitud de voluntad no es natural. Es un regalo que Dios le dio al hombre al crearlo, pero este regalo es separable de la naturaleza humana. Dios se lo dio para que el hombre lo mantenga con una decisión libre de su voluntad, para que quiera mantenerlo. Cuando el hombre optó por algo no-recto (injusto) perdió ese regalo y se quedó a merced de una sola voluntad: la que quiere lo beneficioso para él.

El hombre podía mantener siempre la rectitud de voluntad porque de la misma rectitud de voluntad, que es regalo, procedía la fuerza en él para poder optar por lo recto, por su propio beneficio. Al optar por lo in-justo el hombre pierde la rectitud de voluntad que le capacita a optar por lo recto.

El hombre sin rectitud de voluntad es aquel hombre que ha perdido el regalo de Dios.

El hombre sin rectitud de voluntad queda a merced de todos los deseos que surgen de su naturaleza, queda preso del engaño, de la oscuridad del no saber y nacen en su alma toda clase de apetitos desordenados como crece la mala-hierba en el campo sin cultivar o trabajar. Quedándose así inclinado irremediablemente a optar por lo in-justo.

No nacía Jansenio, ni Calvino, pero ya este Santo encontraba revelación para corregirles antes de nacer. No era Anselmo un pesimista, ni un abogado de la total depravación de los caídos. Anselmo vuelve una y otra vez a la máxima de que la vida eterna, la salvación, se le ha ofrecido al hombre justo. No al que obra alguna justicia, sino al que tiene rectitud de voluntad y la mantiene por su propio beneficio. Es incompatible con la promesa del Cielo una justicia a medias. O se tiene rectitud de voluntad plena o no se tiene.

Insiste el Santo, curándose en salud de una posible bala del fuego cruzado entre infralapsario o supralapsarios calvinistas o luteranos, diciendo que la concupiscencia que queda en los bautizados no es concretamente pecado, sino sólo los actos de injusticia que ellos comentan. Pero no deja de insistir tampoco el Santo, y aquí pienso yo deberíamos seguirle más de cerca, que una vez se ha perdido la rectitud de voluntad por un pecado de hecho, el hombre queda sometido a un remolino que lo va hundiendo al abismo de pecado en pecado hasta que la gracia lo salve.

Habiendo hecho el recorrido así, distinto al que siguió Anselmo, ahora podemos eliminar las tres dificultades con gran facilidad y brevedad.

Si Dios creó al hombre con libre albedrío, dándole el regalo de la rectitud de voluntad, no sólo para que la mantenga con libertad sino para que lo disfrute a Él y sea dirigida su voluntad-beneficiosa por la voluntad-recta, pues es claro que Dios pre-conoció esto antes de crearlo. Entonces no hay necesidad en los actos que hace el hombre por el hecho de que Dios los haya pre-conocido, y es así porque Él los pre-conoció como actos libres y los trae a existencia así, como actos libres de la voluntad-recta que es libre y se mantiene en libertad.

En el orden del la Predestinación dirá el Santo que sólo los actos que son predestinados por Dios pueden ser meritorios o justificatorios. Es decir que sólo lo que Dios ha determinado que ocurrirá como obra buena es lo que puede traerle justicia al hombre, por lo tanto salvación. Evidentemente la primera objeción que salta a la luz es que si Dios ha pre-determinado (que es lo que significa Predestinación para él) que algo ocurrirá entonces la acción con la que eso se hace no es libre. Siendo la segunda objeción que si Dios todo lo pre-determina entonces Él es el responsable de las obras malas y condena al hombre injustamente por ellas, rompiendo así el orden de la justicia.

El de Aosta despacha ambas objeciones de la siguiente manera. La primera cae por su propio peso con argumento similar al de la Presciencia: Dios pre-determina que los actos buenos del hombre serán hechos libremente. Está la máxima de que si el hombre no opta libremente por la justicia entonces no es justo. Pero si Dios salva a los justos y él predestina su adquisición de justicia, entonces Dios debe pre-determinar que obtengan la justicia haciendo libre uso de su voluntad.

La respuesta a la segunda es elegante y particular. Dios predestina tanto las obras buenas de los justos como las malas de los injustos. En ambas Él es causante de ellas esencialmente. Pero como una obra injusta es ausencia de ser, no es nada que Dios pueda haber causado. Dice Anselmo que se puede decir que Dios ha predestinado a los injustos en el sentido de que no les ha salvado de su maldad y los dejó al correr de su propia elección de abandonar la justicia. Por tanto Dios no causa sus obras malas en el hecho de que son malas sino por el simple hecho de que son obras, Dios les ha dado su ser, al haberle dado el instrumento y posibilitado la inclinación del hombre hacia ellas. Como Dios creó al hombre con el fin de que mantenga libremente su rectitud de voluntad y le capacitó para que mantenga esta rectitud de voluntad, otorgándosela Él mismo, pues no se puede acusar a Dios de haber creado hombres para que renieguen de la justicia. Es el hombre sólo el responsable de su condenación. Dios sólo es causante, predestinante, de ese abandono del hombre en el sentido de que Dios le dio la voluntad con la que el hombre opta por la injusticia, pero la elección de la injusticia jamás se puede pensar sea causada por Dios en cuanto se opta por algo no creado por Dios, algo que de por sí no es creación. Esto en el mismo sentido que la concupiscencia no es mala en sí misma por el hecho de que hay una voluntad que desea algo sino por el deseo de ese algo que no es creado ni querido por Dios y viene de la ausencia de justicia en el hombre. Bye bye doble-predestinación.

Llegados aquí, a los últimos círculos, Anselmo ha repetido varias veces que Dios le ha otorgado graciosamente una rectitud de voluntad al hombre que él, por su sola culpa, ha perdido. Insiste Anselmo en que esta rectitud no se la puede otorgar ninguna otra criatura y se subraya la imposiblidad que tiene el hombre de alcanzar esta rectitud porque para tener rectitud de voluntad hay que querer lo recto, y como ya se ha probado que sólo se puede querer lo recto por su propio beneficio si se cuenta con la rectitud de voluntad que así lo posibilita, es evidente la imposibilidad que tiene el hombre de alcanzar el estado de justicia a menos que la gracia se lo conceda.

Aquí se podría alegrar alguno con resabios a semi-pelagiano al pensar que cuando se tiene rectitud de voluntad la voluntad se mueve por sí sola, pero a pesar de que en la época que Anselmo vivía se creía que ninguno conocía los cánones de Orange II, el Santo insiste en que así como nadie recibe la rectitud en la voluntad sino mediante la gracia que le precede así mismo tampoco nadie la puede mantener a menos que no sea con la gracia que le sigue.

De esta manera concluye Anselmo de la siguiente manera: "Como todo está sujeto a la ordenación de Dios, todo lo que pasa a un hombre que asiste a su libre albedrío para recibir o mantener la rectitud de la que estoy hablando deber serle imputado a la gracia de Dios."

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Notas.


1. Traduzco de la a su vez traducción al Inglés "The Harmony of The ForeKnowledge, The Predestination, and The Grace of God with Free Choice" de Jasper Hopkins y Herbert Richardson, sin permisos explícitos.


lunes, febrero 07, 2011

Gracia y Pereza

En la caja de comentarios (que dejé abierta por error) de un post un lector anónimo me pregunta:

Hola Gabaon, Dios te bendiga.

Lei mucho el blog y veo que un tema que tocas continuamente es el de la predicacion de la Gracia y el semipelagianismo en la iglesia.
Tema muy interesante y tal vez uno de los que deberia hablarse mas seguido.
Te molesto, por que analizando sobre esto, me di cuenta de un problema en al iglesia que es realmente "paradojico" y sumamente raro. El tema es el siguiente ¿Por que los pelagianos y semipelagianos en la iglesia son los que hacen mas obras, tratan de abogar por mas libertad en la iglesia y buscan la participacion de todos, etc, mientras que los que predican sobre la Gracia son generalmente conservadores y no florecen en obras?
Evidentemente la culpa no la tiene Dios, ni la tiene la predicacion de la Gracia pero... ¿A que se debe esto tan raro?
Tal vez este no es el mejor medio para consultarte esto, pero me gustaria poder conversar este asunto contigo.

Muchas Gracias.

Haciéndole caso a Santo Tomás y su principio acuñado de "... siempre distingue" yo haría una distinción al hablar de los que "predican sobre la gracia". Hay una gracia que se predica que es la que Bonhoeffer llamaba "gracia barata" que no es más que justificar el pecado y la holgazanería a cuenta de que Dios nos salva gratuitamente. Esa jamás será la gracia a la que me refiero en mis posts que debe ser predicada. En los predicadores de esa gracia, de los que yo no conozco en persona ni uno solo, se observa lo que dices.

Ahora cuando uno confronta el pelagianismo contra la predicación de la gracia verdadera, pues yo noto todo lo contrario. Son los que se amparan y se abandonan a la gracia de Dios los que pueden llevar a cabo las más exigentes tareas y obras de caridad. Y digo "de caridad", en el sentido de que son obras promovidas por el amor cristiano, que es una gracia; porque si las motivara otro cosa que no fuera este amor, de nada aprovechan para la salvación del que las hace, y de muy poco aprovechan para los otros, a raíz de su ausencia de amor.

Nota el testimonio de todos los santos. Yo no conozco uno sólo que se adjudique a sí mismo, a sus facultades naturales, el poder para obrar las obras que hace. De todos los testimonios que conozco de santos, todos, reconocen como proveniente de la gracia de Dios no solo la capacidad para obrar el bien en orden a la salvación sino la eficiencia y logro mismos de las obras que hacen. Esto mismo lo observo en el día a día con mis hermanos, amigos y conocidos que quieren agradar al Señor.

Esto es evidente ante la razón también, no solo ante los testimonios.

La gracia se da para que el hombre pueda efectuar actos que superan su poder natural. No sólo para vencer la influencia de la concupiscencia, aun en ausencia de la concupiscencia la gracia se otorgaría para este fin. Eso quiere decir que con la gracia el hombre hace cosas que sin ella no podría hacer (esto requiere distinciones que por brevedad me reservo).

Para mí lo paradójico e irónico es todo lo contrario. Que los hombres que siempre están apelando al libre albedrío a la voluntad del hombre, sin referencias explícitas a la gracia divina, tienen ministerios y feligresías menos numerosas, menos saludables, menos productivas y menos participativas que aquellos que han dado centralidad a la predicación de la gracia.

Hay algo distintivo del predicador de la gracia verdadera. Son de los predicadores más exigentes que hay. Nota el caso extremo, distorsionado, en el Calvinismo tradicional y en el Jansenismo. Si la gracia todo lo puede, y si hay una gracia eficaz por sí misma, pues el hombre se queda sin excusa ante el pecado. Cualquier pecado, incluido los de omisión, no son más que la señal de que se ha rechazado una oferta de gracia de Dios, porque de haberla aceptado el hombre hubiese recibido otra gracia para hacer lo que Dios quiere que haga y eficaz e infaliblemente ¡lo hubiese hecho!.

Pasa todo lo contrario con el Pelagiano. El Pelagianismo es una apelación exclusiva a la voluntad humana, el semi-pelagianismo una invitación a la misma voluntad como primer acto y a la aceptación autónoma de la ayuda siguiente de Dios como respuesta a la disposicón autónoma y primera del hombre. Rápido uno nota que el hombre falla una y otra vez, pues se está dejando en las manos del hombre orgulloso algo que él no puede hacer sin la ayuda de Dios. Esto termina con un ir haciendo descender los estándares de moralidad, con rebajar la categoría de pecado. Nota que son estos mismos hombres que apelan siempre a la voluntad humana sin referencias a la gracia divina los mismos que han introducido en la Iglesia toda clase de laxismo moral y espiritual. No que ellos sean el único canal, pero no sorprende que venga de ellos.

Un abrazo en Cristo, Anónimo.

El Síndrome de Elías

Todo empezó en un almuerzo tardío con los amigos, luego compartimos la merienda y, como de costumbre, repasamos los tópicos de interés común, empezando por la evangelización, sus desafíos y herramientas nuevas, apariciones marianas, capillas cerradas, secularización, obediencia al Papa, teología académica, libros, teólogos interesantes y un largo etcétera hasta que nos sorprendió la noche y de ahí salíamos a cenar para celebrar una ocasión especial.

De pronto me quedé como estático, frizado. Me dejaba perplejo que por más dispares que fueran los puntos de vistas discutidos todos sus defensores creían estar del lado del Magisterio, del Papa, de la Tradición y la Revelación y son los que opinan distinto a ellos los que han pecado de traición. Hay un número pequeño entre mis amigos, los que abiertamente prefieren romper con cualquier línea que no esté de acuerdo con su manera de pensar, esos no respetan nada más que a "Dios". Elías"Este grupo cree que ellos han podido descubrir la intención de Dios en contra de lo que dice el Magisterio, en contra de lo que dice el Papa y en contra de la Biblia misma y han optado por "Dios". Todos, este pequeño grupo y los otros que juran lealtad a la Tradición Magisterial Revelada, son buscadores leales de la Verdad; todos, sin excepción, viven moralmente sanos, se desviven en ayudar y socorrer a todo necesitado, tienen un celo ferviente por la salvación de las almas; son disciplinados y promotores de una vida de oración; y, sin el más mínimo lugar a duda, todos, confiesan a Jesús como Señor de sus vidas. Si un denominador común tenemos como amigos es un obsesivo impulso por ser lo más Cristocéntricos que podemos.

Pero por primera vez en mi vida me detuve a observar aquél fenómeno: ¿Cómo Dios, Jesús, puede suscitar puntos de vista tan dispares? Pensaba... los amo a todos, pero observaba... y de pronto me golpeó, con certeza y vehemencia: "¡Sufrimos del Síndrome de Elías!"

Cuando El Profeta subió al Carmelo, subió asustado y huyendo de Jezabel. Pero viviendo atrincherado creía que él era el único que permanecía fiel a la voluntad del Señor. Dios tuvo que hacerle entrar en razón enfrentándolo a la realidad de que Él se había reservado un resto que seguía permaneciendo fiel a Su Alianza y exigiéndole que su labor era salir de aquella cueva y bajar a seguir haciendo su trabajo entre Su pueblo, entre fieles y rebeldes. Lo más relevante es que Dios ya había pensado en un sustituto para Él, alguien tan presto y con más hambre espritual que él para dejarse usar por el Dios de la Alianza.

Definitivamente estas disparidades que veo en mis amigos no es cosa de Dios, no puede ser. La única fuente para estas contiendas y diferencias es la carne. Sólo nuestra carnalidad temerosa puede crear estos atrincheramientos en la "cueva de la verdad" que cada uno habita.

Quizá por mi contextura interna o por gracia de Dios soy alérgico a los conflictos. Paso de la apologética y siempre prefiero el silencio a la confrontación. Mis amigos lo saben. Pero lo más irónico es que para ubicarme en medio de sus rivalidades me han enterado que los que somos como yo también formamos un grupo. Nos tienen etiquetados y, sin haberme afiliado yo a ningún partido, me han dejado saber a qué sección de la Iglesia pertenezco. Me reía, pero ellos se lo toman en serio. Luego me comentaban todas las cosas de las que las personas "como yo" somos responsables. Uno, perteneciente a uno de los partidos Fieles a la Tradición Magisterial Revelada, me decía que mi trabajo pastoral-evangelizador se vuelve un arma en contra de la Iglesia porque dejo a las personas evangelizadas como presas fáciles del Protestantismo porque los saco del "mundo" pero no los llevo a formar parte de su partido. Aquello iba en serio.

Como era de esperarse, no se ponían de acuerdo respecto a qué partido pertenecía yo y de cuáles daños se me podía responsabilizar. Mi silencio no ayudaba. Mi risa mucho menos. No me aceptaban como los que tienen sólo a "Dios" como bandera, yo soy, dicen, un pertinaz papista. Pero tampoco quepo entre los Fieles a la Revelación Magisterial, mi tomismo tradicional es anquilosadamente dañino y separatista, decían unos; ninguna persona de su sección puede contar, como yo, a Barth o a los Sch's (Scheeben, Schillebeeckx, Schmaus) entre sus "amigos", decían otros, y mi ecumenismo no es el ecumenismo de La Iglesia, decían todos éstos. Me rajaba de la risa, pero tenía que conformarme con representar una fuerza entre mis amigos. Tenía que formar parte de sus contiendas. Tengo que definirme, me dicen.

Pues como "El Necio" de Silvio. Paso. Me niego.

Por gracia de Dios nosotros podemos trabajar juntos, oramos juntos, evangelizamos juntos, enseñamos juntos, nos abrimos juntos a la revelación personal, al Rhema de Hoy. Nos amamos. La desgracia la veo fuera, por todos lados. La veo en los que, idiotamente, nos ven como un grupo homogéneo, evidentemente para condenarnos. No quiero saber a nada más que a Cristo Crucificado. E independientemente de lo que digan que represento, por ahí veo la solución.

En toda época de la Iglesia hemos tenido disputas internas en las escuelas sobre qué está más acorde con la Revelación. Esto no cambiará, seguiremos batallando en la carne. Pero atisbo una amenaza grande. Creo que sin Amor esta fuerza centrífuga terminará arrancando pedazos del Cuerpo de Cristo y disparándolos hacia fuera.

Hoy necesitamos que Jesús nos sane del síndrome de Elías. Necesitamos reconocer que Dios sigue levantando pueblo-fiel en medio de nuestra insuficiencia para conciliar opiniones distintas. Voluntariamente me excluyo del medio académico una y otra vez, pero vuelvo, bajo, salgo de mi cueva carismática-espiritual y vuelvo a la Academia. Allí hay pueblo de Dios. Entre los académicos que prefieren y aman a los que yo rechazo descubro pueblo de Dios.

Con mis amigos me he dado cuenta de lo difícil que es reconocer la verdad cuando cada quien intenta excluir al otro de sus dominios. Yo, al igual que ellos, creo tenerla de mi parte. Pero sólo una porción, sólo desde un ángulo. Cuando presentamos a Jesús nuestras diferencias se esfuman. Cuando buscamos la salud de cada alma, somos uno solo. Cuando le damos rienda suelta a la carne buscamos falta, cuando nos amamos, no lo hacemos.

No es nada fácil, entre un grupo tan heterogéneo, definir qué es Revelación, Tradición y Magisterio. Pero todos coincidimos en que lo que Dios dijo, lo que sigue diciendo, eso debemos hacer. La realidad gravísima es que nuestra carne nos hará querer meter nuestra visión de las cosas, como Elías, en la cueva con nosotros, los demás, infieles, los dejamos (y señalamos) fuera. Ahí está el problema, ahí, en la carne, no en las fuentes que atesoramos, que son las mismas, el problema es uno personal, interno: somos unos carnales.

La fuente de salud para la Iglesia sigue siendo la cruz de Cristo, llevar nuestra carnalidad allí y pedir su crucifixión.

miércoles, febrero 02, 2011

Por Ahí... (Febrero 2011)

Respeto y admiro a Dave Armstrong, cosa que digo y siento de muy pocos apologistas católicos. Pero en este caso me siento totalmente identificado con la pieza de uno de sus críticos: The Difficulties of "The Apologetic Mindset"

martes, febrero 01, 2011

La Voluntad de Dios

Todavía tengo fuerzas suficientes, y de sobra, para empezar de nuevo muchas cosas.

Desde que terminaba el 2010 hasta hoy, Febrero 1 del 2011, he estado consumiéndome interiormente meditando, orando y buscando la voluntad de Dios respecto a lo que Él quiere hacer conmigo.

Por esas co-incidencias de la vida ayer leí un provocatico escrito del Internet Monk Big Decisions and God's Will que me ha hecho querer escribir esto, a modo de revulsivo y catarsis.

Quizá hubo un tiempo en las comunidades cristianas donde la gente se preguntaba fervorosamente por lo que Dios quería hacer con sus vidas y eso ya no es tan común. Pero, a diferencia de Michael Spencer, yo no creo que eso sea una buena señal. Ni creo que sea algo que se deba abandonar a cuenta de que la madurez cristiana implica abandonar posturas similares donde cada quien asume más y más responsabilidad personal de su día a día.

Cada vez que me decido a darle más importancia a la oración, a la piedad, al crecimiento y maduración espiritual en mi diario vivir noto un efecto progresivo en mí; y es que cada vez más me centro en querer hacer la voluntad del Padre y no la mía. Cuando no estoy así no significa que estoy pecando o dándole rienda suelta al desenfreno, significa que estoy dejándome llevar por el flujo normal de las cosas, haciendo lo que debo hacer, lo que se me presenta como inmediato, lo que me reclama atención necesaria. Cuando pasa eso me olvido de preguntarle a mi Señor si estoy haciendo lo que Él quiere. Cuando estoy así, estoy como lo que hoy es la manera común de vivir el cristianismo. Pero ese modo de vivir me recuerda a la semilla que cayó entre espinos. Los espinos no son pecado, los espinos son los afanes del día a día, son esas tareas y deberes, incluidos los religiosos, que cumplimos con seriedad. Esos también ahogan los planes y sueños de Dios que se nos entregan como semilla.

Del otro lado, este vivir queriendo hacer lo que Dios quiere, no es común. No se encuentra uno en cualquier mes con gente que quiere agradar a Dios de manera especial. No es común descubrir a personas abiertas de par en par al plano sobrenatural en el que Dios habla, se revela, cuenta sus sueños, sus intenciones, interviene sanando y haciendo maravillas extra-ordinarias en el ordinario vivir de sus hijos. Por eso se sufre y se vive en oscuridad cuando se busca la voluntad de Dios, porque la luz viene sólo de Él. No hay muchas lámparas encendidas. Y aunque aparezcan una o dos en nuestro caminar, ellas sólo nos apuntan al Proveedor del aceite, pero el camino que nos toca recorrer ellas no lo pueden iluminar. No es el suyo, también lo desconocen, ellas apenas conocieron a duras penas el propio.

La creencia en la Providencia divina es cada vez más extraña en las comunidades cristianas. Cuando más se encuentra uno a algunos que creen que Dios es una especie de intervencionista que aparece cuando se le invoca. Pero esa antigua, bendita, revelada y divina certeza de que Dios tiene perfecto control de todo y que no hay un sólo acto en el universo en el que Él no esté involucrado, ya ni se predica ni se cree en muchos lugares. Por eso le duele al que lo cree encontrar ayuda.

Me vienen a la mente las palabras del Salmista "¿De dónde vendrá mi auxilio?". Creo que esta dureza dolorosa que se experimenta al querer buscar la voluntad de Dios tiene raíz en esta falta de educación en tener una relación cercana con el Dios de la Revelación. Con su Palabra. Con su Hijo que es Verbo. Cuando todo se ha vuelto un rito religioso, cuando todo nuestro esfuerzo se ha ido hacia querer ser buenos, cuando toda nuestra atención la tiene el "llegar al Cielo", creo que se nos olvida tener a Dios de consejero, y esta educación o costumbre de vivir haciendo lo que podemos "para" Dios nos ha hecho olvidar que Él quiere darnos lo que necesitamos, siempre. Incluida su dirección.

Esta dureza y perplejidad no es divina, es sólo una invitación a conocerle más. A venir donde Él. A depender de Él. Y la luz vendrá.

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