miércoles, octubre 22, 2008

San Bernardo: Gracia y Libre Albedrío

Hablando un día sobre la gracia de Dios, afirmé que el hombre depende de ella para su comienzo, su progreso y su consumación en el bien. Al momento uno de mis oyentes me interrumpió con la siguiente pregunta: ¿Y qué recompensa o premio puede esperar si Dios lo hace todo? 'Bien -le dije-, ¿qué es lo que sugiere usted?' 'Dar gracias a Dios que le ha protegido generosamente con su gracia, ha estimulado su voluntad y le ha dado el impulso inicial; y vivir en adelante de tal manera que usted no resulte un ingrato por los beneficios recibidos y se muestre digno de recibir otros favores'. 'Excelente consejo -repliqué- si fuera usted capaz, tan sólo de seguirlo. Pero es mucho más fácil conocer nuestro deber que realizarlo efectivamente. Y no es lo mismo indicar a un ciego su camino que llevar a un tullido'.

Un maestro humano puede iluminar mi ignorancia, pero según el apóstol: 'Es el Espíritu el que ayuda a nuestra debilidad' (Romanos 8, 26). El que me ilumina valiéndose de palabras de hombres tiene que ayudarme también por su Espíritu a vivir conforme a la luz. 'Pues el querer está conmigo' ya por su gracia, 'pero el realizar lo que es bueno no lo encuentro' (Romanos 7, 18). Tampoco puedo esperar encontrarlo en el futuro a no ser que el que me ha dado la buena voluntad me dé igualmente el poder de realizar esa buena voluntad (Filipenses 2, 3). ¿Entonces dónde están nuestros méritos, acaso preguntéis, y cuál es el fundamento de nuestra esperanza? Escuchad a San Pablo: 'No gracias a las obras de justicia que hemos hecho, sino a su misericordia Él nos ha salvado' (Tito 3, 5)... ¿Os habéis olvidado de quien es el que dijo: 'Sin Mí no podéis hacer nada' (Juan 15, 5)? Y ese otro texto inspirado: La salvación 'no es del que la quiere ni del que la persigue, sino de Dios que muestra su misericordia' (Romanos 9, 16)

Pero ¿entonces, qué tiene que hacer el libre albedrío? Contesto brevemente: ser salvado. Quitad el libre albedrío y no hay nada qué salvar; quitad la gracia y no queda ningún medio de salvar. El trabajo de la salvación no se puede realizar sin la cooperación de los dos: es realizado por uno, pero gracias y dentro del otro. Dios es el autor de la salvación; el libre albedrío no tiene sino la capacidad para recibirla. Y cómo sólo Dios puede darla, nadie puede recibirla salvo el libre albedrío.

Y, por tanto, se dice que el libre albedrío colabora con la gracia en la obra de la salvación en tanto en cuanto consiente en 'agraciarse', es decir, en tanto en cuanto consiente en ser salvado. Pues en este consentimiento radica su salvación.

Pues como cooperadores del Espíritu Santo y 'coadyuvantes de Dios' (1 Corintios 3, 9) podemos tener la confianza de haber merecido el reino de Dios, en tanto en cuanto por nuestro consentimiento libre hemos conformado nuestra voluntad a la Voluntad Divina. ¿Y es esta la única tarea del libre albedrío? ¿Es este consentimiento el que resume todo nuestro mérito? Indudablemente. Y digo más: este consentimiento en que consiste cabalmente todo nuestro mérito no procede de la voluntad. Pensar en el bien es menos que consentir en él. Y, sin embargo, según San Pablo 'no somos bastante para pensar nada de nosotros mismos como de nosotros mismos' (2 Corintios 3, 5). El mismo apóstol nos dice que 'es Dios quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer' (Filipenses 2, 13). Dios por tanto es el autor de estas tres cosas: el buen pensamiento, la buena voluntad y la buena obra. El obra la primera en nosotros sin nuestra cooperación, la segunda con nosotros y la tercera por medio de nosotros. Él nos ayuda inspirándonos el buen pensamiento; Él une nuestra voluntad a la suya por medio del consentimiento, curándole primero de su mala disposición, añadiendo luego poder a nuestra buena voluntad, siendo revelado exteriormente en Trabajador por nuestra acción visible. De Dios solo, por consiguiente, procede el comienzo de nuestra salvación, y no lo hace ni por medio de nosotros ni con nosotros. El consentimiento y la realización, aunque no proceden de nosotros, no se dan, sin embargo sin nosotros. nuestro mérito se limita al consentimiento, pues al pensamiento no contribuimos con nada y la obra sin el consentimiento es inútil o censurable.

La gracia estimula a la voluntad cuando siembra la semilla de un buen pensamiento, la cura alterando su inclinación, la fortalece para ponerla en acción y la preserva de la decadencia.

Has sido creado, justificado y salvado. ¿Cuál de estos beneficios puedes reclamar como procedentes de ti mismo, oh, hombre? ¿Cuál de ellos no está más allá de la capacidad del libre albedrío? No siendo nada, no pudiste haberte creado a ti mismo; siendo un pecador, no pudiste haberte justificado; estando muerto en el pecado, no pudiste haberte resucitado. Por lo que respecta al primero y al tercero no puede haber duda alguna. Tampoco habrá duda alguna respecto del segundo, excepto 'aquellos que, no conociendo la justicia de Dios e intentando establecer la suya no se han sometido a la justicia de Dios e intentando establecer la suya no se han sometido a la justicia de Dios' (Romanos 10, 3)

Pues los méritos humanos no son de valor tan grande que, por consiguiente, Dios esté obligado en estricta justicia a premiarlos con la vida eterna, de forma que Él no cometería con nosotros una injusticia si Él se negase a concederla. Dejando aparte el hecho de que todos nuestros méritos son solamente dones de Dios, de forma que incluso por este motivo el hombre debe a Dios más que Dios al hombre ¿qué es, pregunto, todo lo que el hombre puede merecer en comparación con la gloria del paraíso, inmensa y eterna?"

San Bernardo de Clairvaux, De la Gracia y el Libre Albedrío

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