El Asalto Contra La "Naturaleza Pura"
A Henri de Lubac le tocó vivir en una época en la que su querida patria, Francia, empezaba no sólo a abandonar al Cristianismo sumiéndose así en la más desesperante secularización sino que también se encargaba de perseguir a toda clase de Cristianismo organizado con un afán que parecía quererlo extinguir. Eran los años de 1920 y lo que pasaba en Francia ya se extendía por toda Europa, estalló la Segunda Guerra Mundial en el '39, y ya para los '50 el Comunismo Ateo empezaba a amenazar con convertirse en la norma a seguir para todo el mundo.
Cuando de Lubac desarrolla su pensamiento para descubrir la razón por la que al hombre moderno le parece que ni la religión ni la teología cristiana le pueden ofrecer ayuda en la búsqueda de su realización y plenitud, de Lubac responsabiliza de esta realidad a la presencia de una teoría teológica muy apreciada por el Catolicismo del momento: la teoría de la "Naturaleza Pura". Para el teólogo Francés este descrédito en el que el hombre de hoy tiene a lo que puede ofrecerle el Cristianismo es la consecuencia de haber concebido, pensado y presentado un sistema teológico en el que encontró lugar un orden meramente natural para el hombre.
Para no inquietar al lector brevemente le refiero que esta teoría de la naturaleza pura (pura naturalia, en lo adelante TNP) es una hipótesis en la que se imagina al hombre teniendo un fin meramente natural, es decir, el hombre reducido a alcanzar los regalos de la creación sin imaginarse para él ni un llamado ni una elevación a la visión de Dios, a la gloria, al cielo, mediante la gracia; y todo esto con tal de demostrar que la oferta de la gracia es realmente gratuita y no se le debe al hombre.
De Lubac reconoce que la TNP tiene una génesis difícil de identificar, aunque no tiene problemas en señalar al Cardenal del siglo XVI, Roberto Belarminio (Santo y Doctor de la Iglesia), como el padre de dicha teoría, ni tiene problemas en reconocer que hay una tradición católica profunda, de mucho peso y de alta importancia que incluye a figuras de renombre como Cajetan, Suárez, Báñez, Molina, Thomas de Lemos, Bossuet, Juan de Santo Tomás, los Salmaticenses, Garrigou-Lagrange, Joseph de Tonquédec y Charles Boyer como adeptos y defensores de esta hipótesis. Por esto se puede comprender la marcada reacción que hubo en contra de la crítica de de Lubac, pues en la lista de quienes apoyan lo que él quiere corregir no hay un solo bando o una sola escuela de pensamiento sino que sus integrantes mismos son de un amplio espectro con diversos orígenes y tendencias; para colmo, y esto hace la crítica contra de Lubac más oscura, es que sus opositores tienen teologías muy encontradas. Sin importar esto para de Lubac es obvio, y así se empeña en demostrarlo, que esta teoría es tardía y es peor lo que ella trae como consecuencia que lo que quiere corregir.
En el siglo XVII la escolástica ya había visto pasar sus años de esplendor y se había extendido entre los cristianos un nominalismo decadente contra el que reaccionaron algunos seguidores del pensamiento de San Agustín que proponían volver a las raíces del cristianismo primitivo dejando atrás a Aristóteles y al bagaje excesivo de la filosofía escolástica que, a su entender, había exaltado demasiado una filosofía humanista prescindiendo de la gracia. Se distinguieron entre ellos tristemente Cornelio Jansenio y Miguel Bayo. Bayo se caracterizó por un naturalismo optimisa y Jansenio hablaba en un tono mucho más pesimista respecto a la naturaleza humana.
Para Bayo los dones con los que Dios invistió al primer hombre no podían llamarse gracia sino que eran algo que se le debía al hombre para que pudiera alcanzar el fin para el que fue creado: la vida eterna. Si Dios se negara a ofrecerle estas ayudas al hombre, comentaba Bayo, estaría cometiendo una injusticia. La manera en la que en el Catolicismo se levantó un frente para corregir a Bayo fue aduciendo que Dios podría haber creado al hombre en un estado en el cual no lo llamara a la vida eterna y por tanto no le ofrecería la gracia, Dios podía hacer esto sin violentar ninguna norma porque no hay ningún tipo de exigencia en el ser humano que demande lo sobrenatural, la gracia, la gloria o la visión de Dios. A esta hipótesis, a este supuesto, es a lo que se llama TNP.
De Lubac identifica que ante la aparición de Bayo, y toda la escuela que le seguía, se confundieron dos aspectos en este problema: el aspecto del último fin del hombre y el aspecto de los dones con los que el primer hombre había sido investido; de Lubac incluso acusa a San Agustín, y a sus más cercanos seguidores, de esta identificación; hasta hoy ambos aspectos aparecen unidos y opina de Lubac que ya hay que empezar a separarlos, esto es lo que él tratará de lograr en su obra. Cuando La Iglesia condena oficialmente el pensamiento de Bayo en 1667 desde entonces casi todo el universo católico entendió que la TNP fue canonizada, a partir de entonces esa siempre ha sido la manera de entender esta condenación: la TNP es una realidad dogmática, no sólo porque Bayo se negara a aceptar la TNP, sino por esta confusión que de Lubac apunta entre los dones del primer hombre y el fin al que él es llamado.
Lo que De Lubac pretende mostrar es amplio, pero básicamente se reduce a probar que se puede corregir a Bayo sin necesidad de la TNP, que dicha teoría no goza de ningún apoyo ni soporte magisterial, que los antiguos Padre de La Iglesia tenían una concepción más mística de la realidad, por tanto no necesitaban de los principios aristotélicos para hablar de la gracia y lo sobrenatural ni mucho menos recurrir a la TNP para subrayar la distinción entre natural y sobrenatural y resaltar la gratuidad de la gracia.
Según de Lubac al principio algunos autores suponían que la TNP era la manera en la que el hombre fue realmente creado y que luego se le añadió un llamado a un fin sobrenatural, más tarde se pensaba que la TNP se refiere al estado en que queda el hombre luego del pecado de Adán, hasta al final convertirse en una mera hipótesis de algo que nunca ha existido. Sin importar la forma que tome esta teoría, donde de Lubac apunta todo su vigor es en criticar que la TNP en realidad no soluciona el problema de demostrar la gratuidad de la gracia al incluir el caso hipotético de un hombre que tenga un fin natural, pues en el orden real de las cosas tal hombre no existe; y para resaltar la gratuidad de la gracia en el orden real hay que hablar con datos reales; esta teoría lo que trae al mundo real es convencer al hombre de que él puede desarrollar una filosofía de vida, con virtudes, valores y metas que prescinden de Dios y de lo que Jesús ha hecho en la historia real.
Al incluir en este mundo la TNP, piensa de Lubac, se crea una dicotomía entre naturaleza y sobrenatural que hace parecer a la naturaleza como algo encerrado en sí mismo a lo que se le añade otra cosa. Cuando al hombre moderno se le ha presentado la posibilidad de un mundo en el que lo sobrenatural está tan lejano y extrínseco, con la posibilidad incluso de no ser otorgado, pues el hombre ha decidido exlcuír eso totalmente y no dedicarse a ello. Y de esto, indica de Lubac, la culpable es esta teoría que aunque no se puede rechazar porque parece un mal necesario, ella misma no solucionó lo que quería solucionar. Lo que tampoco implica que al señalar lo inadecuado de la propuesta de esta teoría se está haciendo partido con los que la rechazan, entiéndase el Bayanismo y sus errores parecidos.
De Lubac entiende que cuando se formalizó la presentación de una hipótesis en la que Dios podría haber creado a un hombre con la intención de no elevarlo a la gloria en realidad no se estaba preservando la gratuidad de la gracia sino que se estaba presentado un universo hipotético del que no se sabía en qué o cómo se podría relacionar con el nuestro y por lo tanto hacía de esta hipótesis algo inadecuado e inútil que lo peor que lograría sería exactamente permitirle al hombre imaginarse que lo sobrenatural no tiene nada qué ver con su realidad actual. Si se reaccionaba contra el optimismo de Bayo y el pesimismo de Jansenio con una hipótesis como esta no se lograría ni corregir a uno ni a otro sino precisamente crear un sistema que momentáneamente defiende algunas verdades que se quieren preservar, pero que a la larga crea el terreno para que el hombre decida crear un mundo sin Dios. Por esto se debe reevaluar este problema y presentarlo de una nueva forma. Es sorprendente que de Lubac opine que cuando en tiempos de Bayo surgió la imperante necesidad de resaltar el valor de la gracia y lo sobrenatural no apareció una mente lo suficientemente brillante como para hacer este trabajo y mantener el peso de la tradición.
Para de Lubac el punto central donde se puede empezar a traer luz para resolver este conflicto es reconociendo, con toda la tradición previa al siglo XVII, que realmente en el hombre hay un deseo natural por ver a Dios. De las características de este deseo me ocuparé en la siguiente entrega.
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