Comentario a Efesios I
Acordé con una cyber-hermana en Cristo a quien aprecio mucho, Rosa, hacer unas lecturas del libro de Efesios por capítulo y me pareció prudente dejar aquí los resultados de esas lecturas; así le voy dando movimiento a la categoría bíblica que me reclama que suba algunos escritos.
"Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús. Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo."
Este saludo antes de serlo es una presentación, quien habla es uno que se sabe enviado de Jesús, autorizado y autenticado por el mismo Dios como heraldo de su Hijo. Todo lo que uno va a leer en las líneas posteriores sobre el mensaje de la supremacía de Cristo dice mucho sobre el mensajero también. El apostolado de Pablo es apostoloado de algo sobrenatural y de una relevancia cósmica así mismo como lo es la irrupción de Cristo en el mundo y su Señorío. No es casualidad que a Jesús se le identifique como Señor desde la entrada. Este aspecto debe ser resaltado porque se puede perder entre la fórmula del saludo, pero desde el inicio quien envía es uno que le aporta dignidad al enviado, y la dignidad del enviado se cobra por la dignidad del que envía y no desde ningún otro sitio, ni se refiere a ningún otro lugar o cosa alguna. Si algo importa de Pablo importa porque le envía Jesús. Es decir que el mensaje de Pablo se acepta no porque Pablo sea algo en sí mismo sino porque le envía Jesús. A Pablo no le interesa ser identificado como alguien distinto de alguien que es enviado por Jesús. Esa es su identidad.
"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo"
Esta carta tiene un tono celestial que la domina, desde el inicio Pablo nos hace mirar al suelo... sí, he dicho bien, al suelo; es como si nos dijera que nosotros debemos ver nuestra vida y lo que nos ha tocado vivir desde el cielo, ya no nos toca mirar hacia arriba como esperando que seamos elevados en algún momento sino que podemos empezar a ver nuestra realidad desde los lugares celestiales mirando hacia abajo. El pasado perfecto que se usa para hablar de que "hemos sido bendecidos" indica que ya Dios ha obrado sobre nuestras vidas, que la elevación de Cristo a los cielos es elevación nuestra. No es ni siquiera que Cristo nos ha reservado un lugar para que nosotros en un futuro lo ocupemos sino que ya Él está ocupando nuestro lugar ahora; que de alguna manera misteriosa nosotros participamos de las bendiciones que Dios le ha dado a Cristo en el Cielo y tenemos acceso y derecho a ellas ya porque de alguna forma estamos unidos a Él. La fórmula "en Cristo" es riquísima y dice mucho más que una mera metáfora, habla de una unión con Cristo que trasciende lo que ofrece una promesa, habla de una realidad ya presente. La glorificación de Cristo ha habierto un caudal de bendiciones actuales para nosotros que estamos unidos a Él.
"por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado"
Aquí el faro que guía el pensamiento Paulino sigue siendo la fórmula "en Él". Y la profundidad que alcanza esta fórmula en estos versos es insondable. Evidentemente Pablo está hablando de los elegidos, está hablando de cada cristiano en particular, no de los efesios sino de todos los que Dios acarició en su mente como sus elegidos, pero cuando Pablo piensa en ellos dice que Dios los eligió "en Cristo", es decir que Dios no piensa en una elección particular de cada individuo al margen de Cristo como si Cristo no existiese; la elección divina es elección Cristocéntrica. En la mente de Dios parece que no hay algo así como un orden providencial en el que Dios piensa en un orden eterno, luego piensa en la creación, luego piensa en el hombre, luego pre-ve su caída y entonces piensa en Cristo como solución. Cristo aparece aquí como antecedente a todo, como la obsesión compulsiva no ya de San Pablo sino de la mente divina: no hay nada que Dios piense que no piense "en Cristo". Estos versos parecen no dejarnos espacio para pensar en un temible decreto divino en el que Dios elige a unos hombres y deja a otros fuera de su elección, Dios piensa en Cristo y piensa en Cristo para que los hombres, todos, sean santos e inmaculados en su presencia.
El Amor al que estos versos se refieren es al Amor de Dios, sería forzar el texto querer empezar a hablar del amor caritativo con el que los hombres van a amarse entre ellos cuando es notorio que toda la fuerza de San Pablo está al servicio de mostrar que lo único que ha movido a Dios a elegirnos ha sido la liberalidad de su voluntad que se ha fijado libremente y exclusivamente a sí misma en querer hacer a los hombres hijos adoptivos suyos mediante Jesucristo. Esta voluntad divina no es solamente libérrima sino graciosa y lo que persigue no es establecer un contrato pactual condicional para con el hombre sino que se entrega toda como gracia para que sea alabada la gloria de Dios y no el comportamiento humano, pues el hombre ha sido agraciado no en él mismo, ni siquiera en su aceptación de algo que hizo Cristo sino "en Cristo".
Esto es lo que Pablo quiere subrayar, pero evidentemente no ha dejado fuera una parte característica de su pensamiento y es que esta acción unilateral e incondicional divina produce un resultado en el hombre y es que lo hace santo, lo purifica y lo hace partícipe del círculo amoroso en el que vive la divinidad. Esta acción divina no es condición de nada, es simplemente un efecto del actuar de Dios.
"En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra"
Esta parte es bien interesante; Pablo habla de cómo Dios ha encontrado al hombre y naturalmente este encuentro ha sido con un hombre pecador; es a este hombre en concreto a quien Dios redime mediante la sangre de Jesús ofreciéndole el perdón de sus delitos. Yo no creo que Pablo tenga en su mente la pregunta teológica de si Dios de igual manera hubiese venido como Cristo-Encarnado en caso de que el hombre no hubiese pecado, tampoco creo que Pablo quisiera responder a esta pregunta; pero es evidente que la fuerza de la idea Paulina no radica en la redención humana sino en el Señorío de Cristo. Cada vez más me convenzo que el tema que dominaba la mente Paulina era este, que Cristo es Señor, y todo lo demás depende de esto como secundario, incluida su soteriología y su apocalíptica.
Aquí la fuerza de los versos la tiene la idea que será desarrollada a continuación: el sometimiento de todo lo creado a Cristo. Este es el único objetivo de la creación. Y aunque no creo que la mente de Pablo ande por esas preguntas por eso se me hace dificultoso imaginarme que Dios haya decidido en algún instante crear el mundo al margen de la Encarnación de Cristo. Estos versos parecen indicar claramente que Dios pensaba en una encarnación absoluta, que la redención en Cristo es incidental no en el sentido que a Dios se le escapó en lo previsto, pues esto es exactamente lo que estos versos dicen que NO pasó sino que Dios se propuso de antemano darnos semejante regalo, pero sí en el sentido de que la Encarnación se convierte en redentora cuando se pre-vé el pecado humano, pero en la simplísima mente de Dios nunca hubo consideración de crear algo que no se creara "en Cristo" por Cristo y para que Cristo fuese cabeza de eso creado.
Hago notar que lo que San Pablo dice es que TODO lo que fue creado fue creado para que tenga a Cristo por Cabeza, y que eso estuvo en el plan de Dios "de antemano". Uno se pregunta ¿"de antemano" a qué? y la respuesta forzosa debe ser "de antemano a la creación" y no "de antemano a la Caída", es decir que no hubo un instante en la mente de Dios en que en su simplicidad Él pensara en crear sin que se le ocurriera que lo que crearía sería sometido a Cristo. Hago notar que sorprendentemente San Pablo también introduce, aparentemente con cacofonía y todo, la fórmula "en Él" cuando dice que el benévolo designio que Dios se propuso de antemano Dios se lo propuso "en Él". ¡Uf! ¡Esto es demasiado! Es decir que hasta allí mismo cuando Dios preparaba a Cristo como propiciación para nuestro pecado ese pensamiento suyo lo hacía "en Cristo". Bellísimo.
"A él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, para ser nosotros alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo. "
Esto no es más de lo mismo. Esto es decir y aclarar que la decisión de Dios con la que Él se muestra gracioso y nos llama, convoca y elige no agota toda su gracia com si le dejara al hombre la libertad de elegir o responder a esta elección y llamado como algo suyo en lo que Dios sólo observa como admirador. Aquí San Pablo dice que Dios nos guardó una herencia con la elección de los versos primeros donde todavía no nos había creado, pero que el entrar a esa herencia en nuestro tiempo, en nuestra realidad creada no depende de nosotros sino del designio divino que realiza su voluntad hasta en el más mínimo detalle. Aquí también la gloria que se persigue es la gloria divina no la humana, el propósito de Dios es que su gloria sea alabada por el hombre al reconocerse éste dirigido y cuidado por la gratuidad divina.
"En él también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia, para redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria"
La alabanza de la gloria de Dios también es el objetivo de recibir el Espíritu Santo. Aquí lo importante no es el "cómo" se recibe el Espíritu, aquí no importa la disputa que habrá en Galacia de si se otorga el don por cumplimiento de la ley o por la fe en la predicación del Evangelio. El ambiente celestial de esta epístola no tiene espacio para la disputa, aquí es un hecho contundente que el don del Espíritu Santo es una muestra más de la liberalidad graciosa de la voluntad divina que se otorga al que cree no porque cree él de sí mismo sino porque Dios le impulsa a creer para alabanza de su gloria. Aunque es interesante notar que esta es la primera vez que el hombre aparece haciendo algo, hasta aquí Dios actuaba al margen del hombre, a su favor, pero sin él; ahora Dios aparece actuando en el hombre. Y Dios sella al hombre, Dios no suelta un decreto absoluto sin más sobre el fin del hombre sino que lo sella a él. Le da una garantía de salvación, le entrega las arras de la herencia futura, que no es ya una gracia como una cosa creada sino como Dios mismo, se entrega Dios mismo.
Es interesante hacer notar que San Pablo ha distinguido nuestra herencia de este don que de Dios hace de sí mismo en la persona del Espíritu Santo. Ante esto uno debe imaginarse que la herencia es algo más que este regalo, pero ¿qué puede haber mayor o mejor que Dios mismo? La única respuesta es que escatológicamente lo que va a cambiar no es el regalo sino algo en nosotros mismos que nos haga percibir, disfrutar y gozar de este regalo de una mayor y mejor manera.
"Por eso, también yo, al tener noticia de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros recordándoos en mis oraciones"
Además de la acción de gracia constante del Apóstol por la fe y caridad de los creyentes San Pablo nos avanza que hay una petición en su corazón en relación a ellos:
"para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente"
La primera parte de su petición es que los que ya "han oído la Palabra de la verdad y el Evangelio de su salvación" y también "han creído en él" tengan además espíritu de sabiduría y de revelación y conozcan perfectamente al Padre de la gloria. Aunque el Apóstol va a detallar luego algunos aspectos de este "conocer perfectamente" me llama la atención la aseveración de que nuestro conocimiento de Dios puede aumentar. No hace falta que haga notar más explícitamente que Pablo no está pidiendo que los inconversos conozcan a Dios sino que los creyentes le conozcan mejor. Este conocimiento del que Pablo habla no es un mero conocer intelectual, el conocer bíblico tiene unas connotaciones más íntimas, hasta sexuales, este conocer es el mismo conocer del que se quejaba Dios que su pueblo no tenía a través del profeta Oseas. Cuando Dios le jura a Oseas que su pueblo le conocerá usa un lenguaje con tinte sexual, le dice que se desposará con su pueblo en amor y compasión, fidelidad, justicia y derecho y que así conocerá a Dios. La sexualidad aquí no debe ser una distracción sino un apuntar hacia la intimidad interior del conocimiento de Dios, este conocer a Dios no implica un saber intelectual sino un tener unión-comunión con Dios, ser uno con él. Destaca la palabra fidelidad en la lista de Oseas, que este debe ser el significado auténtico de la pistis (fe) Paulina, y por igual la justicia y el derecho, que en términos joánicos podríamos identificar con un hacer las obras de Cristo.
En fin, este conocer que aumenta es para mí una clara aseveración de que no todos gozamos siempre de la misma unión con Dios. Que aunque todos podemos sabernos sellados por el Espíritu Santo y por tanto herederos de Dios en algún momento, eso no significa que todos gozamos de la misma intimidad con Dios y evidentemente la razón de ser de esta aseveración no es la definición teológica de tal distinción sino el llamado a vivir deseando y anhelando ser asimilados cada vez más por el Dios que ha prometido desposarnos con Él. Este sólo es el sentido de toda revelación y sabidurías divinas otorgadas al hombre, no es satisfacer su curiosidad innata, sino hacerle partícipe del misterio al que apunta la revelación-sabidruía divina. Y digo "apunta" por pobreza de lenguaje, porque la revelación de la sabiduría divina no debe ser vivido como algo distinto de la participación de la misma vida divina a través de la gracia.
"iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos"
Dios quiere que sepamos a qué nos ha llamado, y sorprende que San Pablo sea tan espécifico cuando nos invita a gozarnos en el conocimiento de lo que Dios ha preparado para los suyos como herencia. Pero la parte que más capta mi atención es la asombrosa afirmación de que la fuerza que actúa en nuestras vidas es exactamente la misma fuerza, poderosa, que obró sobre Cristo nada más y nada menos que para resucitarle de entre los muertos.
Sería una ofensa cualquier comparación de poderío contra esta fuerza poderosa capaz de resucitar a Cristo de entre los muertos y elevarlo hacia el cielo hasta que quede sentado al lado de Dios Padre. Sería disminuír la seriedad de estos versos el querer limitarlos a una eficacia de poder sobre el pecado. Uno se puede imaginar que Jesús estaba en la morada de los muertos bajo el peso del pecado y que quien lo saca de allí es esta fuerza poderosa del Espíritu de Dios desplegada sobre él. Y luego, de igual manera, pensar que la fuerza que eleva a Jesús de entre los vivos es algo así como la fuerza que nos mantendrá contado entre los vivos hasta que pasemos a estar en el cielo con Dios. Pero esta fuerza de la que Pablo habla me hace pensar más en lo que en otros lugares se llama dunamis. Me asombran las posibilidades que se pueden explotar y desarrollar al decirnos, reveladamente, que la misma fuerza que fue desplegada sobre Cristo ahora actúa en nosotros los creyentes. ¿Para qué esta fuerza? ¿Para qué semejante fuerza en nuestras vidas? Ya esto ni siquiera apunta hacia la fuerza de Pentecostés, al poder que se recibió en Pentecostés, esta fuerza es ahora la misma fuerza que fue desplegada en la Resurrección de Cristo: ¡semejante comparación no deja más que asombrarme!
"por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero."
Y esta referencia a los poderes-criaturas angélicas caídas me deja saber más o menos de qué va hablando Pablo cuando hizo referencia a esta fuerza poderosa que actúa en nosotros. Por más abusos, escándalos, superstición e ignorancia que uno perciba entre el número de los creyentes, el ámbito angelical es una realidad. Hay una esfera donde se mueven los ángeles y es revelación bíblica que esa esfera angelical se intersecta con la nuestra y tiene cierto influjo sobre la nuestra. Tendencias, desastres naturales, pecados, hábitos, comportamientos y enfermedades todo esto y más puede tener influencia angelical. Y a mí no me causa asombro que un hombre tan letrado como San Pablo pueda hablar de estas cosas, él mismo que nos aconsejaba en otros momentos que no siguiéramos cuentos o fábulas de viejas, ahora aparece tomándose bien en serio las huestes angélicas contrarias a Cristo. Pero sólo para declarar que Jesús tiene poderío y Señorío sobre todas ellas.
Esto, aunque indirectamente lo es, es más que un subrayar el carácter divino de Jesús; es iluminar su Señorío; Jesús no es un potestad más, Él no entra en la pirámide de poder espiritual, todo le está sometido; no sólo las esferas angélicas como existen ahora sino cualquier variación que puedan tener.
"Bajo sus pies sometió todas la cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo."
Esta frase tan impactante que hace a La Iglesia la Plenitud del que lo llena todo en todo la voy a dejar para otros capítulos. Sólo mencionar aquí que es interesante ver que todo esta proclamación del Señorío Poderoso de Cristo irremediable e inevitablemente tiene que llevarnos a hablar de cómo se hace real y cómo se manifiesta en el mundo real este Señorío, Pablo nos indica que eso sucede en La Iglesia no como el escenario donde Cristo manifiesta su vida sino como parte íntima y constitutiva de lo que Cristo es: La Iglesia es su cuerpo. Sorprende que Pablo no use tiempo haciendo especificaciones con palabras como "místico" sino que sencilla y llanamente identifica a La Iglesia como el Cuerpo de Cristo; así sin más.
<< Home