lunes, diciembre 15, 2008

El Deseo De Ver A Dios

El deseo que tienen los seres humanos de alcanzar la felicidad siempre ha sido motivo de consideración para los teólogos. El cristiano siempre sostendrá la opinión de que lo que el hombre persigue es en realidad a Dios, que no puede haber otro objeto que le otorgue la felicidad completa a parte de Dios, y más importante aun: que Dios creó al hombre con esa finalidad, con el propósito de que sea feliz al encontrarle y contemplarle a Él.Henri de Lubac

Antes de la aparición de los escritos de Miguel Bayo ya algunos autores empezaban a considerar que si esta es la realidad última del ser humano, su llamado a la visión de Dios, pues Dios estaba obligado a capacitarle con los elementos necesarios para acceder a esta visión, por tanto estos elementos se podían considerar constitutivos de la naturaleza humana. Un corolario de esta manera de pensar es que esos elementos no deben ser considerados como "gracia" sino parte de la naturaleza. Esta forma de pensar es claramente herética y demandó la respuesta y censura de la teología sana y revelada.

De Lubac opina que un punto crucial para que la solución que se pretendía dar a estas opiniones se terminara convirtiendo en la infelíz TNP (Teoría de la Naturaleza Pura) se debe al fracaso de los teólogos del momento en distinguir el problema de los dones de la justicia original dada a Adán del problema del fin último del hombre. Como en las escuelas que se aceptó la TNP se solía hablar de que Dios podía haber creado un fin meramente natural para el hombre pues de igual forma se concluyó afirmando que, dado que el fin último del hombre era sobrenatural, pues no podía haber algo natural en el hombre que deseara ese fin. Lo que ha pasado aquí, se queja de Lubac, es que al no haber hecho una distinción de los dos problemas, se puso todo el énfasis en querer salvar la gratuidad de la gracia afirmando que Dios no le debía algo al hombre y se creó así un mundo en el que se dejaba al hombre sin un deseo innato, natural, por querer ver a Dios; ahora por querer hacer a Dios un gracioso-donador se deja al hombre abandonado a un mundo sin Dios donde el hombre se puede conformar con perseguir un fin meramente natural. Las consecuencias de esto, asegura de Lubac, son desastrosas, pues el hombre ha hecho precisamente eso: conformarse con construir un mundo natural y persiguiendo un fin natural.

Entre los teólogos del siglo XVII era común la máxima aristotélica de que si la naturaleza hubiese querido que en el mundo sucediese algo ella le otorgaría al mundo los medios para conseguirlo. Era muy típica la aplicación del refrán de que si el hombre hubiese sido creado para volar pues la naturaleza le hubiese dado alas. De esta manera en la filosofía aristotélica, y en las demás, el hombre era no más que un animal racional y natural destinado a conseguir una felicidad natural racional.

De Lubac defiende vigorosamente que Santo Tomás, toda la tradición anterior a él y algunos tomistas anteriores al siglo XVII conocían esta manera de pensar, pero la corregían diciendo que el hombre está llamado a un fin que supera su naturaleza. Ellos, como bien demuestra de Lubac, no tenían ningún problema en afirmar que la inclinación y el deseo que el hombre experimenta por alcanzar su fin le es natural aunque los medios con que lo va alcanzar no son naturales. De Lubac no quiere decir otra cosa. Lo que de Lubac quiere hacer es mantener esta paradoja: el hombre tiene una capacidad y deseos naturales para recibir el regalo sobrenatural de la gracia de Dios.

De Lubac pone más esfuerzo en tratar de erradicar una dualidad de fines para el hombre, que en tratar de explicar cómo se puede entender que el hombre tenga urgencias y deseos naturales por lo sobrenatural. De Lubac ha sido bien claro al decir que él entiende que el hombre no puede especular acerca de este deseo de manera que él identifique que este deseo significa que lo sobrenatural existe. De Lubac ha dicho que la existencia de lo sobrenatural es sólo conocida a través de la revelación. Esto precisamente lo que hace es agudizar el sentido de paradoja que él quiere mantener, no eliminarla. El hombre, piensa de Lubac, experimenta de muchas maneras este impulso e inclinación hacia lo sobrenatural porque absolutamente nada más que el conocimiento, la esperanza y el gozo de este sobrenatural lo puede aquietar o hacer descansar.

Toda la tradición de teólogos, que ya he citado y a quienes de Lubac se opone, afirman, con el mismo lenguaje de Santo Tomás, pero con un sentido distinto a él, que este deseo que hay en el hombre de ver a Dios no puede ser considerado natural; que en realidad este deseo no es más que una veleidad, un deseo condicionado, un afecto ineficaz, un apetecer imperfecto de algo que provea una complacencia simple que puede ser saciado incluso con un conocimiento natural de Dios. Contra esto es que de Lubac presenta su crítica, él quiere hacer de este deseo algo real, algo esencial al hombre, él quiere mantener con unos razgos casi patéticos y alarmantes lo básico y consitutivo de este deseo en el hombre de manera que no quede ni el más mínimo espacio en la teología para hablar de que el hombre se puede considerar pleno o satisfecho con alguna otra cosa que no sea la posesión de Dios mismo. Y de Lubac entiende que esto se logra hablando de este deseo innato por ver a Dios como algo natural y propio del hombre.

De Lubac también quiere que todos los hombres entiendan sus propios deseos e impulsos sólo cuando Dios los encuentra, sólo cuando la gracia se lo revela. Pero desde su trabajo de teólogo lo que él no quiere es que se le diga a ningún hombre que él no está llamado a encontrarse con Dios en plenitud, de Lubac quiere ver esa posibilidad desterrada de la labor de la teología. Ya no se trata de pensar si Dios puede o no puede crear un mundo meramente natural, eso de Lubac nunca lo ha puesto en duda, de Lubac no tiene problemas con la liberalidad grauita de Dios, su problema es con una posibilidad para el mundo real tal como Dios lo ha creado ahora en la que algún hombre pueda entender que para él hay plenitud o satisfacción natural al margen de su encuentro con Dios, eso, para él, no es aceptable. De Lubac pretende despertar la conciencia del hombre moderno que ha abandonado a Dios y su llamado señalándole hacia sus deseos más íntimos y constitutivos, los cuales de ninguna manera serán saciados excepto en el encuentro con Dios.

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