Predestinación Turbulenta
Nunca antes estuve en un avión que se moviera tanto, notaba la ansiedad de la gente en sus rostros, algunos niños empezaron a llorar y chillar; yo buscaba el rostro de una azafata, si la veía temerosa sabía que estábamos en problemas, pero habían desaparecido todas, eso fue lo que disparó mi inquietud. Cuando oí la voz del capitán definitivamente supe que la cosa era anormal, no nos dijo nada alentador, sólo que mantuviéramos la calma. Cerró y no dijo más. Ya en ese momento me hice todo un manojo de nervios, el tiempo del miedo había pasado ahora me visitaba el terror. En eso cerré mis ojos y empecé a preparar mi conciencia para el día del Juicio. (Sé que alguno se ríe ahora mientras lee esto, pero espero que con un poco de piedad considere que aquellas turbulencias no daban risa)
El pánico no ayuda para hacer un examen correcto de conciencia, rápido me di cuenta que en ese estado de ansiedad no podía negociar nada, no podía hilvanar ningún pensamiento coherente, nada de lo que pensaba tenía sentido y creo que ni Dios le haría caso a nada que yo le dijera en esa situación... el abandono era la única opción. Y de pronto por mi mente pasaron a tropel todos esos versos que dicen "no estén inquietos por nada", "cuál de ustedes por más que se afane puede añadirle un codo a su estatura", "no tengan miedo del que puede dañar al cuerpo", "ni una sola ave cae del cielo sin que Abba..." y de repente: ¡zas! como una idea poderosa que me hizo abrir los ojos: ¡boom! me visitó una palabra: ¡Predestinación! Y entendí... ¡De eso se trata la predestinación! ¡es un mensaje de consuelo! ¡es kerygma! ¡la predestinación es una buena noticia! ¡soy cuidado, mis pelos están contados, soy querido! ¡nada está fuera de sus manos! ¡Dios no juega a la ruleta con mi vida! ¡nada lo toma desprevenido!
No desapareció la tensión muscular, ni el estado de alerta constante de todo mi cuerpo, pero dentro de mí había silencio, ahora la ansiedad era reemplazada por una expectación gozosa... y sonreí... y dije: "¡Wow! Si pudiera predicar esto en algún púlpito", esto no se trata de decretos oscuros ni de pensamientos divinos insondables, se trata de Evangelio, la predestinación es ¡evangelio!
En medio de la turbulencia recordé a Karl Barth, la verdad es que no sé como pero me lo imaginé junto a San Agustín y Santo Tomás de Aquino sonriéndose y diciéndose entre ellos: "¡Ah! ¡nos entendiste!"
Cuando hay abandono a los brazos de Abba todo cobra claridad, es como que el Evangelio se preparó para el angustiado, para el que vive turbulentamente, no para los que se sientan cómodamente en sus escritorios a elucubrar opiniones despegadas de la angustia.
Quizá estos días haga un poco de teología predestinataria de aeropuerto.
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