Predestinación Predicada: Agustín Vs. Ignacio
Nací católico y, al margen de unos años de apóstata, nunca he sido otra cosa; pensando en estos días me he dado cuenta que nunca en mi vida he escuchado desde un púlpito católico que se predique sobre la doctrina de la predestinación, en ninguna homilía ni en ningún retiro tampoco... y si hago memoria creo que nunca he escuchado la palabra predestinación o algún derivado de ella en ninguno de esos ambientes, a menos que se lea directamente desde la Biblia o de alguna oración del Misal, pero nada más.
En muchos ambientes he escuchado a la gente llamar a San Agustín "predestinatario", o llamarle a su doctrina de la predestinación "Agustinismo", o afirmar que "La Iglesia reconoce que Agustín se equivocó en esta doctrina" y todo en un tono despectivo; nunca faltan los más moderados, los que creen que eso de la predestinación es un sistema "misterioso" del que es mejor no hablar y para eso citan a San Ignacio de Loyola como uno que aconsejó que nunca se hablara de esto. Me da la impresión que San Ignacio es la bandera de aquellos que reconocen que la predestinación es doctrina católica, pero que debe quedarse relegada a la penumbra y nunca ser tratada o explicada.
Pero ¿hay algo de cierto en eso? ¿hay alguna discrepancia entre el consejo Agustiniano y el Ignaciano?
La referencia que suelen aducir como sustento a esta opinión los que han dejado atrás esta hermosa doctrina es el comentario de San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales que reza así: "No debemos hablar mucho de la predestinación por vía de costumbre; mas si en alguna manera y algunas veces se hablare, assí se hable que el pueblo menudo no venga en error alguno, como algunas veces suele, diciendo: Si tengo de ser salvo o condemnado, ya está determinado, y por mi bien hacer o mal, no puede ser ya otra cosa; y con esto entorpeciendo se descuidan en las obras que conducen a la salud y provecho spiritual de sus ánimas."
Es evidente que para el santo de Loyola el problema no es el hablar de la predestinación o no, sino que el pueblo menudo, es decir, los católicos "de a pie", entiendan que pueden descuidar la vida de piedad porque una predicación mal hecha de la predestinación haya entorpecido su normal discurrir con el cual pensaban que sí deben obrar el bien para provecho de su alma.
¿Puede ser alguien tan inocente para pensar que a San Agustín no le vino a la mente semejante peligro? ¿tan malvado como para creer que el santo de Hipona era uno de estos malos predicadores que dejaban que la gente pensara que daba lo mismo que viviesen virtuosamente o no?
Pues veamos algunos de sus consejos: "Esta doctrina no debe ser predicada a las asambleas en una manera que les parezca a las multitudes de inexpertos, o a personas de lento entendimiento que son confundidos por la misma predicación de ella. Así como incluso el preconocimiento divino, el que ciertamente los hombres no pueden negar, parece que es refutado si se les dice: "Aunque corras o duermas, serás aquello que Él, quien no puede ser engañado, ha preconocido que serás." como si un médico engañoso o inexperto confundiera un medicamento útil de manera que no haga bien o incluso haga daño. Al contrario se debe decir: "por lo tanto corre de manera que lo consigas; y así por tu mismo correr conocerás que eres preconocido como uno de esos que deben correr correctamente." y en cualquier otra manera el preconocimiento divino debe ser predicado de manera que la pereza del hombre sea repelida." (San Agustín de Hipona, La Predestinación De Los Santos, Capítulo 57, Libro II)
Pero en esta misma obra, luego de abundantes consejos en este mismo tenor, el santo de Hipona concluye contudentemente de esta manera:"Pero yo no creo que la manera que he dicho debe ser adoptada al predicar la predestinación debe ser suficiente para el que le habla a la congregación, a menos que añada esto, o algo de este tipo, diciendo: "Ustedes, por lo tanto, deben también esperar esa perseverancia en la obediencia procedente del Padre de las Luces, de quien viene todo regalo excelente y todo don perfecto, y pedirlo en sus oraciones diarias; y al hacer esto deben confiar que ustedes no son extraños a la predestinación de Su pueblo, porque es Él mismo el que concede incluso el poder de hacer esto. Y lejos quede de ustedes el desesperarse de ustedes mismos porque a ustedes se les ha encomendado a poner su esperanza en Él, no en ustedes mismos. Porque maldito es cada uno que pone su confianza en el hombre; y es bueno confiar en el Señor en vez de confiar en el hombre, porque benditos son todos aquellos que ponen su confianza en Él. Manteniendo esta esperanza sirvan al Señor en temor, y gózence en Él con temblor. Porque nadie puede estar seguro de la vida eterna que Dios, que no miente, ha prometido a los hijos de la promesa antes de los tiempos de la eternidad; ninguno, ni esa vida suya, la que está en un estado de prueba en esta tierra, está completo. Pero Él nos hará perseverar en Sí-mismo hasta el final de esa vida, ya que nosotros le decimos diariamente: "no nos dejes caer en tentación." Cuando estas cosas y cosas de este tipo son dichas, ya sea a unos pocos Cristianos o a las multitudes de la Iglesia, ¿por qué tememos predicar la predestinación de los santos y la verdadera gracia de Dios, es decir la gracia que no nos es dada en función de nuestros méritos, como lo declara la Sagrada Escritura? O, de hecho, ¿debe temerse que un hombre desespere entonces de sí mismo cuando se muestra que su esperanza está puesta en Dios y no que desespere de sí mismo, como debe, en su exceso de orgullo e infelicidad, cuando la pone en sí mismo?" (San Agustín de Hipona, La Predestinación De Los Santos, Capítulo 62, Libro II)
Obviamente Ignacio y Agustín tienen el mismo corazón de pastor y a ambos le preocupa que una predicación descuidada sobre la gracia y la predestinación termine haciéndole daño a quienes escuchan el mensaje; pero nadie debe dudar que San Ignacio sostenía fielmente las verdades de la doctrina de la predestinación, y es sólo a la luz de su aceptación de estas verdades que debe entenderse su consejo que hemos citado, esta es la base de su preocupación: "Dado que sea mucha verdad que ninguno se puede salvar sin ser predestinado y sin tener fe y gracia, es mucho de advertir en el modo de hablar y comunicar de todas ellas.", y por lo ya visto esta preocupación él la comparte perfectamente con San Agustín.
En honor a la caridad y a la comunión no podemos faltarle a la verdad pues sólo hay genuina caridad y unión cuando se sostienen en la verdad. La verdad es que Agustín e Ignacio lucharon contra enemigos distintos, los enemigos de Agustín negaban la predestinación y por eso San Agustín tenía que subrayarla y defenderla, los enemigos de Ignacio aceptaban la predestinación, pero negaban el libre albedrío por eso San Ignacio subrayará y defenderá el libre albedrío que era lo que estaba en peligro.
Por eso no podemos ilusamente esperar que ambos tengan el mismo énfasis en la doctrina de la predestinación, por eso se entiende que mientras que Agustín pedía que se insistiera en la predicación de la predestinación, Ignacio pide que no se hable "mucho" de ella y si "alguna vez" se hiciera se haga con cuidado.
Esa es la belleza de La Católica, que ninguno de nuestros dos Doctores han negado la parte que sostenían nuestros enemigos por tratar de defender la otra parte. Las dos cosas son nuestras. Lo que debemos sacar de ahí de moraleja es que nuestro énfasis debe estar en lo que necesite La Iglesia y no tratar de hacer discrepar a dos Doctores que vivieron situaciones distintas. Hoy el Molinismo-Arminianismo se ha establecido en La Iglesia de Dios como teología predominante, El Calvinismo-Agustinianismo parece ser una doctrina para los museos, no creo estar viciado si opino que quien ha sufrido en desconocimiento para pasar casi al olvido, y peor: al menosprecio, es la doctrina de la gracia verdadera y la predestinación. Debemos recuperarla, pronto.
<< Home