lunes, abril 13, 2009

Cartas de Cristo

¿Cuál es el centro de gravedad de la proclamación cristiana? Quiero decir ¿a dónde debe uno referirse si quiere ser un cristiano que comparte el kerygma de Jesús? ¿De dónde cobra uno autoridad para ser un evangelista? ¿Quien o qué otorga esa autoridad?

Yo, como sentía Lutero al morir, y como sintiera y expresara el Calvinista Charles Spurgeon varias veces, me siento como un pordiosero que encontró comida en el Evangelio y lo quiero compartir. Tengo la certeza de que me alcanzó el Evangelio una noche de mi vida. Esa noche había sido precedida por un día más en los que estaba lejos del cristianismo (aunque no creo que lejos de Cristo), convencido de que me había hartado de la iglesia, de su gente, sus costumbres, sus notables, sus aburridos y larguísimos sermones, su rancia y represiva moralidad, sus ridículas costumbres... hasta esa noche, observar el patético modo de vida de los cristianos me daba como una alergia nauseabunda de la que sólo quería alejarme... fue así como me alcanzó La Verdad. Esa noche, viví por primera vez, supe que Él es real, me lo dijo Él, se me presentó, su Presencia me dijo todo lo que debía decirse. Le creí. Creí y por eso hablo.

Pero hoy, cuando quiero compartir eso, me vuelvo un lío cuando quiero encontrar qué decir o qué hacer para encaminar a otros hacia la vida que me fue dada. Me persigue el temor de terminar dejando a la gente en aquel estado de náusea al que yo mismo había sido llevado por gente que, como yo ahora, juraban que habían encontrado "La Verdad".

He hecho varios intentos, tengo muchos años ensayando, y veo dos extremos que se usan para encontrar la base y contenido de la predicación cristiana, por un lado todo procede de un fundamentalismo bíblico que se resiste a toda crítica, y por el otro lado todo procede de una selección caprichosa entre biblia y tradición que se acomode a lo que a un grupo de "pastores" a quienes se les debe autoridad deciden seleccionar. Hubo una vez en la que ingenuamente pensé que estos dos extremos podían ser fácilmente identificados como Protestantismo y Catolicismo, pero las cosas no son tan fáciles de distinguir. Ya hay tantos papas protestantes como fundamentalistas católicos, uno no sabe dónde hay más "protestantismo" o dónde más "catolicismo", si es que se pudiese identificar así a ambos extremos.

No puedo negar que La Biblia ha cobrado una fuerza cuasi-mágica en mi vida que no tiene parangón con nada que me haya pasado antes. El material que antes debía ser disecado, descuartizado y analizado para terminar diseminándolo así mismo, como materia inerte, a una asamblea de borregos que no querían pensar sino que todo se lo dieran pensado y dicho, terminó convirtiéndose para mí en La Palabra de Dios. En mí hubo un cambio, el Espíritu de Jesús me transformó, pero la gente que estaba esperando "aquello", mezclado con cualquier tema que ocupara la sección principal del periódico y con el imprescindible tono a-político de inconforme revolucionario, sigue siendo igual y esperando lo mismo. A esos no tengo cómo pasarles La Biblia que me está impactando, ahora, a mí. Ellos quedaron encantados con el producto de la crítica, con el resultado de sus métodos... y ya La Biblia les quedó lejos.

Por el otro lado, me he encontrado con que los que yo pensaba que eran fundamentalistas-bíblicos han cambiado sus biblias por un hedonismo musical dirigido por ungidos profetas que les dicen lo que Dios les está dictando en sus habitaciones cada día. La Biblia es sólo una excusa que confirma su revelación privada. Ya no aguantan una predicación bíblica logos-céntrica, ahora todo es rhema, sólos los textos que pueden servir como excusa para hacer una aseveración profética, que se realiza ahora en la vida del oyente, son predicados. Esos también han perdido la Biblia haciéndose ellos mismos no ya apóstoles, sino papas.

La realidad es que estos dos grupos ya no son tan fácilmente distinguibles, están de los dos en ambos lados. ¿Qué es el Evangelio? ¿Cómo le hace uno llegar "Eso" que revive a la gente?

No estoy filosofando. Hablo como evangelista desconcertado, que quisiera abandonarse a la guía del Espíritu y se siente tentado a empezar a hacer de profeta para que se abran los corazones de los que están acostumbrados a profecías, pero sé que el Espíritu no se presta para eso; hablo como uno que ha cobrado confianza absoluta en lo que escrito está y se resiste a usar los métodos y herramientas que mataron la "fe" que tenía antes, y al fin no sabe de dónde tomar o qué tomar.

¡Bendito sea Dios por el modernismo! ¡bendito sea Dios por el secularismo! Sin ellos la "fe" infantil y engañosa que tuve antes no hubiese muerto, ellos la mataron ¡bendito sea este Dios que consagró al anatema mi "fe"!

Pero hoy, al umbral de la Fe, no sé cómo compartirla. No quiero hacer de verdugo para el de fe-infantil y reconozco mi total incapacidad para llevar vida, para hacer que la Fe alcance a otros.

El camino más apetecible es el fundamentalismo, ese aggiornamento que sueña con un volver a las fuentes como si se pudiera ignorar la marca que ha dejado la crisis modernista en uno, como si uno pudiese olvidar los escollos superados y despojarse del bagaje con que los superamos. Del otro lado esta corriente profética, entre cánticos inspirados, que ha alcanzado a todo el mundo parecen cantos de sirena que seducen porque dejan a todos sumisos y como encantados. Pero ese tampoco parece ser el camino.

Pero la solución parece otra vez ser la misma que El Maestro sugiriera: reconocer que El Espíritu que convence al mundo uno no sabe de dónde viene ni a dónde va. Estar pronto a recoger la tienda y a elevarla cuando se mueva la nube son cosas que ya uno no quiere volver a vivir, es más fácil plantarse un templo doctrinal donde todo esté cuadradito y con hondo cimiento, inamovible.

Creo que el desafío es asumir con coraje que este ministerio de difundir el Evangelio no es un ministerio de la letra, sino un ministerio del Espíritu; pero reconociendo que el Espíritu escribe en nosotros su letra y nos convierte a nosotros en cartas para ser leídas.

En términos reales, es entender que esta no es religión de libro, que esto se trata de que Jesús, que siempre será el contenido de nuestra predicación, es real y obra realidad en la vida de la gente real. Que Jesús siempre será más grande que lo que él hace en la vida de los hombres y mujeres, pero el mensaje de la predicación cristiana es ese: lo que Jesús hace en la vida de los que él llama a su Iglesia... hombres y mujeres.

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