miércoles, abril 01, 2009

Justificación 101 (I)

La justificación es el acto con el cual Dios le imparte su justicia al hombre. ¡A ver! Puedo pecar de iluso algunas veces, pero en esta ocasión no me hago ilusiones de que voy a poder escapar de los mares de controversia que rodean como a una isla (a veces ¡hasta amenazando con hundirla!) a esta doctrina de la justificación. Pero por lo menos iniciando con una definición así sé que puedo expresar mis convicciones exiliado voluntariamente de la tierra de la apologética y eso logrará (¡esa ilusión mantengo!) que nadie se sienta invitado a unirse a alguna controversia. Me apasiona el Kerygma y estoy convencido que nada le resta más fuerza a la proclamación que un tono apologético, creo que nada siembra más dudas en un corazón desinformado que el nerviosismo de un apologista.

"Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna." (Tito 3, 4-7)

Estos versos me ayudan a pensar fuera del coliseo en que se han convertido Romanos y Gálatas, y en ellos veo comprensivamente todo lo que tiene que ver con el acto de la justificación.

Durante demasiado tiempo se ha insistido en la justificación del pecador, hasta tal punto que se ha reducido esta doctrina a saber cómo un pecador pasa de ser un impío a ser un justo. Esa es la única realidad que percibimos, sólo podemos experimentar y observar cómo los pecadores llegan a ser alcanzados por la justicia de Dios, pues sólo conocemos a pecadores. Pero ese es sólo un aspecto de todo lo que implica hablar de la justicia divina y de su impartición, y enfocados en el pecador es imposible que podamos tener una perspectiva de la imagen completa. Y lamentablemente de esto sufrimos más los católicos que nos sentimos obligados a referirnos a lo que La Iglesia ha definido como doctrina oficial, especialmente en Trento, y allí lo que encontramos es una explicación detallada de cómo pasan los impíos, los adultos, a la justicia mediante la justificación. El Concilio se reunió para tratar un problema específico y particular: la justificación del pecador, y es por esto que somos nosotros los que más peligro tenemos de no ver la imagen completa, tal como la vieron Agustín de Hipona, Bernardo de Claraval, Anselmo de Canterbury y Tomás de Aquino entre otros que no se vieron restringidos a pensar en un sólo aspecto.

Cuando Dios creó al hombre lo creó y le impartió su justicia. Esta justicia que Dios le da al hombre se entiende como la capacidad para poder amar a Dios con un amor de tal calibre que el hombre tenga todas sus pasiones y atención orientadas hacia darle honor y gloria a Dios. Cuando en la carta a Tito San Pablo habla de para qué hemos sido justificados hace referencia a que lo somos para ser constituídos en herederos de vida eterna. Adán antes de pecar era un heredero de vida eterna y evidentemente quien lo constituyó en eso fue el mismo Dios gracioso que se lo otorga graciosamente a los pecadores. Si ese regalo Adán lo fuese a recibir porque se portara bien entonces ya nos hemos imaginado un mundo donde la gracia de Dios no hace falta, donde los hombres pueden con sus fuerzas naturales alcanzar la gloria y nada más lejano (por no decir aberrante) al testimonio de toda la Revelación. Adán al ser creado fue justificado por la gracia de Dios.

La justicia de Dios jamás puede ser la misma justicia que Él nos imparte, nosotros somos criaturas, distintas de Dios, defectibles; la justicia de Dios es la santidad y la gloria intrínseca que no es un atributo de Dios sino que en su divina simplicidad es Dios mismo. Por eso sin ningún problema podemos igualar la justicia divina a su amor y de esta manera entendemos que cuando la Biblia habla de la justicia de Dios que nos es impartida a los hombres se refiere a la capacidad que Dios le otorga al hombre de honrar esa Gloria de Dios amándole, introduciendo al hombre al círculo de amor trinitario que es Dios mismo. En eso consiste la gloria, pero evidentemente el hombre lo experimenta de una manera distinta a como lo experimentará cuando sea glorificado en cuerpo y alma. Y aun glorificado el hombre no dejará de ser una criatura distinta de Dios, por tanto no sólo el hecho de que el hombre sea in-habitado por Dios mismo sino que ni siquiera su glorificación harán que el reciba algún atributo propio y exclusivo de la divinidad.

Esta imagen del Dios Juez que se sienta en una corte judicial, o del Dios hacedor de un pacto con un compañero (como si fuese de iguales condiciones que Él) a quien le demanda obediencia y cumplimiento de lo contratado que han caracterizado la representación de la justificación quedan penetradas por la profundidad de la realidad del Dios que justificó a Adán antes de que Adán cometiera pecado.

Dios creó al hombre para que éste participe a plenitud del amor divino que se vive en la Santísima Trinidad y en esto consiste la honra y el honor que Dios debe recibir. Eso es justicia.

Parte II

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