martes, abril 21, 2009

De La Equidad Del Amor Divino

Algo que no nos deja contemplar mejor y más ampliamente el misterio de la Predestinación es una verdad-a-medias que hemos aceptado tácitamente todos los creyentes.

Parece que todos los cristianos nos hemos puesto de acuerdo en un dogma y éste no admite cuestionamientos de ningún tipo, ni de ninguna denominación. Podemos aceptar que algún listillo cuestione la Resurrección de Cristo y se lo dejamos pasar como un "exceso", pero si alguien se atreve a cuestionar nuestro dogma que reza "Dios ama a todos los hombres por igual"... pues ya tenemos problemas... ¡eso no se lo permitimos a nadie!.

"Dios no hace acepción de personas" es la frase que se presenta como prueba aparentemente irrefutable que valida este dogma. Nada más hay en la Biblia que lo sustente, al contrario, hay decenas de versos, distintos, que dicen exactamente lo contrario. Pero todos los versos que usan esta frase de la no acepción de personas por parte de Dios se refieren a una sola cosa: Dios no distingue a una persona de otra por las cosas a las que el hombre le da importancia, cosas que normalmente denotan injusticia e incluso pecado. Santiago, por ejemplo, dice: "si tenéis acepción de personas, cometéis pecado y quedáis convictos de transgresión por la Ley." (Santiago 2, 9) De esta manera, con esta frase, lo único que se hace es vindicar la Justicia de Dios porque precisamente Él no mira absolutamente a nada que haya en el hombre para hacerle mayores favores a uno que a otro.

Que Dios no hace acepción de personas lo único que significa es que Dios no se deja influenciar por algo que tenga el hombre para tratarlo de manera especial. Dios no es injusto en sus tratos con los hombres.

Sin embargo el testimonio bíblico asevera que los favores que Dios le hace a las personas sí se distinguen en cantidad y calidad en unas y otras. Pero en la economía de la distribución de las gracias no se puede enjuiciar a Dios ni cuestionarlo en base a la justicia, sencillamente porque lo que se da gratis y no se le debe a nadie no entra dentro de una corte de justicia: el que regala algo no tiene obligaciones en el orden de la justicia con nada ni nadie.

Hay algo aparentemente contradictorio en estos dos aspectos acerca del favor de Dios, pero en realidad son una sola cosa que surge con una claridad meridiana. Cuando Dios decide conceder su gracia o su favor: no hay nada que lo determine a hacerlo excepto Él mismo. Esto es lo que se defiende con la frase en cuestión. Pero eso mismo signigica que ni siquiera la equidad puede determinar el regalo gracioso de Dios, si fuese así, entonces no sería gracia. Si Dios estuviese obligado a darle a todos los hombres lo mismo entonces ni Él sería libre, ni su regalo puede llamarse en sí mismo un regalo, o una gracia, pues es ya una obligación, una deuda debida (si se me permite el pleonasmo).

Esto tampoco significa que Dios está obligado a darle cosas distintas a los hombres, lo que significa es que el regalo de Dios es libre, que Dios no tiene ninguna obligación más que a lo que Él libremente se compromete a hacer. Que Él da como quiere y a quien quiere.

Uno puede distinguir dos cosas al hablar del amor de Dios. La intensidad o la cualidad afectiva con la que Él ama, y ahí todos podemos estar de acuerdo en que así Dios a todos nos ama por igual. Pero cuando Dios decide poner en operación la economía de su gracia, de sus regalos, de su favor, ahí evidentemente a todos Él no nos trata por igual. Lo que Dios hace cuando nos trata es amarnos, Él es Amor, entonces evidentemente al distribuír su gracia Dios a todos no nos ama por igual. Esto debe ser elemento para creer, esto es parte de la Revelación. Piénsese sólamente en el recurrente símil del cuerpo que hace San Pablo, en la parábola de los talentos y en la historia de la Iglesia basta pensar en el error de Joviniano.

Esto es clave para poder entender el pensamiento de Santo Tomás y San Agustín respecto a la predestinación. Cuando empecé a familiarizarme con su doctrina mi mente se retorcía y se me apretaba el corazón cada vez que leía al Aquinate volver a uno de sus principios predilectos que parafraseado dice que si Dios no amara a una cosa más que a otra entonces una no podría ser mejor que la otra, pues Dios es la causa de la bondad en las cosas. Quería tratar de entenderle evitándome esa conclusión, pero es imposible. Hasta que poco a poco me fui dando cuenta que mis temores, de que así Dios quedaba siendo un déspota caprichoso, estaban completamente infundamentados. Que muy al contrario así me escapaba de la tentación de adorar al ídolo extra-bíblico mushy-mushy tan popular que todo se lo encuentra bien y nada le molesta, que así renunciaba a intentar domesticar al Dios trascendente que habita en Luz Inaccesible y renunciaba al error de querer convertirle en algo "religiosamente adorable".

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