jueves, abril 16, 2009

Nuestra Poca Fe En La Eficacia De La Gracia

Hoy, por reacción necesaria contra la inercia, pereza, negligencia de un apostolado popular que urge, se habla mucho de la necesidad de acción exterior y del dinamismo que debe animarlo a fin de atraer las masas a la fe cristiana. Esta reacción será saludable y fecunda si este dinamismo no responde sólo a una actividad natural, si proviene de la Gracia de Dios. Sólo con esta condición puede producir frutos duraderos y conseguir un fin sobrenatural: el retorno de las masas a la fe.

Reginald Garrigou-LagrangeEs decir, que para este apostolado hay que tener una fe grande en el valor y eficacia de la gracia. Hay que considerar frecuentemente las palabras del Señor: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que mora en Mí da mucho fruto, porque sin Mí nada podéis hacer (Juan XV-5).

Muchos pierden de vista la elevación de la vida de la gracia. Generalmente no creemos bastante en la fuerza de la gracia eficaz que se nos ofrece, en las primeras mociones divinas que nos impulsan al bien.

Los antiguos teólogos, agustinianos, tomistas, escotistas, han sostenido siempre que la gracia es eficaz por sí misma, intrínsecamente, que determina nuestro consentimiento voluntario y libre, en lugar de ser ese consentimiento el que da la eficacia. De otro modo el justo se distinguiría por sí mismo del impío, por su buen consentimiento y lo más grande en el orden de la salud, la determinación libre de nuestros actos, no vendría de Dios, sino de nosotros; lo que distingue al justo del impío (ayudado por una gracia igual) no vendría de Dios.

Los antiguos teólogos han sostenido siempre que esto sería contrario a las palabras de Nuestro Señor: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; sin Mí nada podéis hacer (Juan XV-5) y a éstas de San Pablo: ¿Quién es el que te da preferencia? ¿Qué tienes tú que nos hayas recibido? (1 Corintios IV-7). Es Dios quien causa en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito (Filipenses II-13). La gracia eficaz, lejos de destruir nuestra libertad, la actualiza. Como Dios hace fructificar los árboles sin destruir su espontaneidad, hace también fructificar nuestra libertad sin violentarla.

Se ha dicho siempre: Vale más que en definitiva nuestra salvación esté en manos de Dios que en las nuestras. Estamos más seguros de la rectitud y eficacia de las intenciones divinas que de la bondad y fuerza de las nuestras. Este es el gran sentido del abandono en la Providencia, que debe siempre ir acompañado, de minuto a minuto, con la fidelidad constante a la gracia divina en el momento presente, hasta en las más pequeñas cosas, para obtener la fidelidad en las grandes, si el Señor las pide. Este abandono es el camino.

Varios Santos han dicho: el trabajo apostólico que impide la oración es un trabajo sin alma, estéril y maldito, puede conducir a la perdición, porque se trabaja con actividad natural, se busca a sí mismo en vez de trabajar bajo el influjo de la gracia de Dios para convertir a las almas y para su propia salvación. San Pablo dice también: Yo he plantado, Apolo regó, mas Dios es el que hizo crecer. Es Él quien da la gracia de la conversión y perseverancia. Esta gracia debe pedirla el predicador si quiere trabajar con fruto.

Todos estos testimonios de los Santos prueban que nosotros generalmente tenemos muy poca fe en la eficacia de la gracia y en la utilidad de la verdadera oración que puede alcanzarnos el auxilio divino.

(Reginald Garrigou-Lagrange, La Ciencia Tomista, Num. 237)

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