martes, abril 28, 2009

Predestinación: Un Diálogo Católico Con Karl Barth

Karl Barth ha sido aplaudido en todos los círculos teológicos cristianos por su presentación de la Doctrina de la Predestinación. No es sorprendente que muchos teólogos católicos se encuentren muy a gusto con su trabajo, pues hace mucho tiempo que entre los católicos la mayoría no prefiere la presentación tradicional de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. Lo que sí me sorprende es que entre los que han permanecidos fieles a la doctrina tradicional católica no haya habido esfuerzos considerables por dialogar con Barth; este diálogo lo han llevado a cabo los que ya rechazaban al Doctor de la Gracia y al Doctor Angélico, como se conoce a San Agustín y a Santo Tomás. Lo que me sorprende es que parecería como que entre los fieles a la tradición de los Santos Doctores se ha aceptado tácitamente que la crítica de Barth a la doctrina tradicional es cierta.

Yo no tengo el expertise suficiente para afirmar que Barth no ha captado el alma de la presentación tradicional católica en su profundidad, pero no puedo evitar quedarme con esa impresión luego de verle construir su crítica hacia la presentación de la doctrina que él llama tradicional. Karl BarthPara Barth tanto Lutero como Calvino, y las generaciones que nacieron de ellos, hicieron un esfuerzo por separarse de las abstracciones filosóficas que sustentaban la doctrina de Agustín y Tomás y trataron de ver en la doctrina de la elección una buena noticia cristocéntrica. Si Barth termina rechazando tanto la versión Luterana como la Calvinista de esta doctrina es porque cree que ellos se quedaron cortos en su rompimiento con la doctrina tradicional. En otras palabras, para Barth, Lutero y Calvino eran una versión mejorada de Agustín y Tomás en sus respectivas presentaciones de la doctrina de la predestinación, pero su trabajo no era suficiente. De hecho, entiende Barth, si al Luteranismo hay algo que aplaudirle al ver las estrecheces del sistema Calvinista y querer corregirlo de igual manera hay que reprenderle por haber usado elementos católicos como la fe prevista y la ciencia media para hacerlo. Del mismo modo la controversia entre Infralapsarios y Supralapsarios no termino siendo algo valedero para la Iglesia porque nunca pudieron romper con el infralapsiarismo de Tomás de Aquino. En términos generales, si algo bueno debía hacer el Protestantismo era darle a la doctrina de la predestinación su verdadero valor bíblico al convertirla en una doctrina Cristiana, por lo tanto, Cristocéntrica, basada en la persona de Jesús.

Esto es lo que lamento, que ante el innegable valor, la belleza, la fuerza y la congruencia de la presentación Barthiana, no haya quien considere necesario decir que aunque Agustín y Tomás no tuvieron ni el mismo método ni el mismo acercamiento de Barth no por ello sus conclusiones adolecen de lo que Barth asevera. Yo no soy un experto en Barth, pero para mí es terriblemente claro que Barth no ha sabido separar a San Agustín y a Santo Tomás de Calvino. Ellos los dos se han quedado corregidos junto a los otros exponentes protestantes de esta doctrina y me parece de sobra injusto (e irritante) el que Barth llegue a hermosas conclusiones evangélicas sobre la predestinación y que se acepte sin más que, como se llegó a ellas vía el método de Barth, se puede deducir que al no haber construído sus sistemas cristológicamente Santo Tomás y San Agustín tienen conclusiones dispares e irreconciliables con las de Barth. Eso es lo que han venido diciendo los comentaristas católicos con alguna apreciación del trabajo de Barth.

Un pasaje que a mi entender resume germinalmente tanto las conclusiones de Barth como su crítica a la doctrina tradicional es este:

Los teólogos que tenemos en mente desearon ser teólogos Cristianos, y en la manera particular en la que fue presentada su doctrina de la predestinación quería ser una intepretación de la Escritura, y por lo tanto un testimonio a la revelación del Dios Trino. No había, por lo tanto, la pregunta de una especulación arbitraria sobre un absoluto concebido arbitrariamente, sino, en su lugar, un obediente estar-de-acuerdo con a Quien Jesús Cristo llamaba Su Padre y quien llamaba a Jesús Cristo su Hijo. En tanto mantegamos su intención, pensamos que podríamos estar de acuerdo con ellos cuando agreguemos que la libertad, el misterio y la justicia de Dios en la elección de la gracia deben ser entendidos en términos de teología cristiana. Sólo entendidos así ellos son la verdad que debe ser proclamada en la Iglesia.

No nos formamos al azar el concepto de la elección de la gracia. En él describimos la opción de Dios que, precediendo cualquier otra opción, se cumple en su voluntad eterna de la existencia del hombre Jesús y de las personas representadas en él. Si vamos a entender y a explicar la naturaleza de este acto primario y básico de Dios, no podemos pararnos, entonces, en la característica formal de que esta es una opción. Debemos resistir la tentación de absolutizar en algún grado el concepto de optar o elegir. No debemos intepretar la libertad, el misterio y la justicia de la elección de la gracia meramente como las definiciones y atributos de una forma suprema de elegir tomada como absoluta. No debemos encontrar en esta forma suprema como tal la realidad de Dios. De otra manera estaríamos haciendo lo que no debemos hacer. Estaríamos falsificando y construyendo (con esta misma característica) un ser supremo. Y es difícil imaginarse cómo la descripción de la actividad de este ser puede alguna vez convertirse en Evangelio. Si la última y distintiva característica de Dios es una absoluta libertad de elección, o una elección libre absoluta, entonces será difícil distinguir Su libertad del capricho o Su misterio de la ceguera de tal capricho. Será no menos difícil mantener su justicia en alguna forma excepto en la de una mera aseveración. Será entonces muy difícil dejar claro que Dios no es meramente un tirano que vive de sus antojos, que Él no es meramente un ciego destino, que Él es otra cosa que la inescrutable esencial de todo el ser.

En contra de eso debemos tomar como nuestro punto de partida el hecho de que esta opción o elección divina es la decisión de la voluntad divina que fue cumplida en Jesús Cristo.

No debemos buscar la base de esta elección en ningún lugar excepto en el amor de Dios. Si la buscamos en otro sitio ya no estamos hablando de esta elección. Ya no estamos hablando de la decisión de la voluntad divina que fue cumplida en Jesús Cristo. Estamos mirando más allá de esta a una supuesta mayor profundidad en Dios (y eso indudablemente significa la nada, o en su lugar la profundidad de Satanás). Lo que pasa en esta elección es siempre que Dios está por nosotros.

(Karl Barth,Church Dogmatics, Vol. II/2, pag. 24-26. Traducido por mí sin permisos explícitos)


Para Barth el pecado de Agustín era tratar de deducir desde la observación lo que Dios pensó cuando decidió elegir a los hombres. El de Tomás fue el empezar haciendo depender la predestinación de la providencia y no al revés. Según Barth, desde ambos errores sólo se puede terminar en el terrible decreto absoluto de un dios que en la oscuridad inescrutable decide quien se salva y quien se condena. Este decreto absoluto jamás se convertirá en Evangelio, es decir, esto jamás puede ser parte del contenido de la predicación de la Iglesia. El Dios que en su consejo opta por un decreto absoluto no es el Dios Trino, no es un Dios adorable, no es más que un sádico tirano caprichoso.

No estoy haciendo crítica deatallada ni nada parecido, pero yo no puedo ver, por más respeto y falta de apasionamientos que Barth pone, cómo esto puede ser con lo que se deja responsabilizado a Tomás y a Agustín. Insisto, no me extraña que muchos lo acepten, pues estas mismas conclusiones las vienen teniendo católicos desde el siglo XVI y el mismo Agustín las tuvo que enfrentar durante y después de la controversia pelagiana. Pero si me extraña que no se tenga interés en hacer dialogar a Barth con los hijos de las escuelas tradicionales católicas. Evidentemente, para esto alguien tendría que mostrarle a Barth, como creo que pasó, que él no comprendió el espíritu que guiaba a nuestros doctores, quizá se quedó sólo en la letra.

Yo no estoy pidiendo que ahora se lea a los Doctores Tomás y Agustín con los lentes de Barth, ni muchos menos que se violenten los textos Agustinianos-Tomistas para que aparenten armonizar con los de Barth. Sino sencillamente que se vea que el aporte de Barth puede ser una fuerza que ayude a presentar la doctrina Tomista-Agustiniana en términos más cristológicos-evangélicos y por lo tanto aceptables-predicables. No hablo de reconstrucción, hablo de avanzar la doctrina tradicional hasta alcanzar más profundas y kerygmáticas implicaciones.

En el libro que Von Balthasar trataría ecuménicamente la teología de Karl Barth él señaló algunos límites de la presentación de la doctrina de la predestinación de Barth, particularmente apuntó al peligro de recaer en la apokatastasis o universalismo, pero no se trata de interrumpir el diálogo con dimes y diretes, o con mostrar las limitaciones de la doctrina opuesta, sino de ser fieles al Evangelio y a su luz seguir desarrollando en base a los avances compartidos.

Pero tampoco se trata de hacer concesiones infantiles de los errores que se suponen haber identificado en cada lado, como el "admitir" que San Agustín y Santo Tomás tenían una visión de Dios realmente espantosa tal como hace el católico Otto Hermann Pesch en su llamado al diálogo. Este tampoco es el camino.

Yo al menos iré haciendo algo por aquí respecto a este decreto absoluto que Barth criticó tan duramente. Estoy firmemente convencido que ni Agustín ni Tomás eran guiados por un espíritu mítico o pagano para creer lo que creían, y que muy al contrario sus elucubraciones procedían de la contemplación Cristiana. Sólo que reconozco que es a nosotros a quienes nos falta sacar más intepretaciones cristianas para hoy de sus presentaciones de esta doctrina.

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